lunes, 20 de enero de 2014

Relato 9.0



Bárbara me dice que hace semanas que no activa el panel cuando hacemos el amor. Dice que no sabe muy bien por qué lo hace, pero que cree que es mejor así. Se siente vacía, esa es la palabra que emplea, vacía. Dice que se excita siempre, se corre siempre, que los orgasmos son intensos, maravillosos, pero después, no sabe bien, no acaba de entenderlo, se siente mal, desvalida, dice, extraña. 

Se mueve elegantemente. En la definición física fui muy preciso, pero no en el sentido de colores, volúmenes o formas, sino más bien en lo intangible. Conozco bien el sistema, mi trabajo me permite sacarle todo el partido a los motores de búsqueda, a las montañas de datos de referencia. La mayoría de la gente se queda en lo esencial, sus conceptos de belleza son muy básicos. Ojos, labios, pechos, curvas. Yo siempre supe que había algo más. Angulos, evanescencias, ondas, sombras. Huellas complejas, como el hueco que deja una cabeza en una almohada, o la pausa infinita que se forma cuando se cierra lentamente una puerta detrás de alguien que se marcha. 

También sé que no debo prestar demasiada atención a estas cosas. Quería alguien que estuviera por encima de esos vaivenes emocionales, alguien que no pusiera en duda constantemente lo propio y lo ajeno. Ella es así, conozco bien el sistema, sé bien cómo alimentarlo y el sistema es infalible. Al fin y al cabo ella también me buscó, y también sabía cómo hacerlo. Yo soy como ella quería que fuese. Hoy tenía algo que decirme y me lo ha dicho. Cinco minutos exactos, palabras directas, concisas, sin dramas ni aspavientos. Ya no activo el panel cuando follamos. Bueno, no sé qué decir, es una suerte saber que no tengo que decir nada, así es cómo la quería, no tengo que consolarla, se le pasará, no tiene importancia. Volverá a utilizarlo si lo echa de menos. Y si no, pues no. Otros, como el mismo Jonás, hubieran preguntado más, habrían intentado consolar y averigüar. Incluso le dirían que la quieren, o que la aman. Utilizarían esas palabras que ya no significan nada, de tanto utilizarlas gente incapaz de comprender su verdadero significado. 

Arquea el cuello cuando termina de hablar y se levanta de la mesa. Sin esperar una respuesta se aleja lentamente, caminando hacia el dormitorio casi de puntillas, como si flotara sobre el suelo de madera. Vuelve la cabeza sin mirarme, no veo sus ojos cuando se aleja. Por contra, el leve movimiento de su cabello deja al descubierto una nuca acristalada, nácar y argenta. Bárbara es suave en sus formas exteriores, apenas pesa en el contacto, es elegante al hablar y al estar. Por dentro es profunda y brillante, alguien que ve más allá, por encima y por debajo de lo que ve esa plebe ciega a la que el Centro de Conexiones Humanas busca un consuelo gris, por medio de alguien de buen parecer y buena apariencia que satisfaga sus cortos deseos. Su cultura, su curiosidad, su conciencia de las cosas, todo es infinito en ella, todo lo que pedí se concentra en esa delgadez y en ese rostro vivaz y luminoso. Es el sueño que jamás pensé que se cumpliría cuando introduje las coordenadas precisas para encontrarla en un mar de miles de millones de perfiles inútiles.

Vacía. 

No quiero reproducir la conversación una y otra vez en mi cabeza, es un proceso sin salida. No sé por qué, tal vez flota en el aire por lo que hablamos antes, tal vez lo he hecho conscientemente, pero el aguijón implantado en mi cabeza desde que cumplí los once años comienza a inocular testosterona y oxitocina a mi torrente sanguíneo. La deseo repentina y furiosamente. Mientras me convierto en cuerpo vagamente pienso si su panel se habrá activado, pero enseguida el contexto se desfigura, y es mi propia presencia la que invade mi voluntad. 

Después, Bárbara abre los ojos y me sonríe. Me besa en los labios y se levanta al cuarto de baño. Sé que ella no quiere que le pregunte y ella sabe que yo no quiero preguntar. No tengo que decirle que la amo. Ella sabe.

Antes de que vuelva recompongo las sábanas y me estiro debajo de ellas. Me conecto a Neus Vitta a través del panel. Tengo activos un par de escenarios. En uno de ellos soy un patricio romano con cargo de legislador en la provincia de Britannia. En el otro llevo un cargero espacial a través de los diferentes mundos del universo conocido y del imaginado. Esta última me empieza a aburrir. No hay un filtro efectivo que limite la entrada y ya hay superpoblación de naves y de personajes. La multitud siempre es excesiva y poco estimulante. Me gusta más llevar la toga y juzgar a los plebeyos. Su ignorancia y su falta de sustancia es más evidente aquí.

Dudo si conectarme a Roma antes de que vuelva Bárbara, o esperarla. Ella solía viajar por Neus Vitta antiguamente, era un aliciente extra barajar la posibilidad de encontrarnos en alguno de los mundos virtuales, con aspecto y con sexo diferente. Las posibilidades de esos encuentros eran emocionantes. Pero hace ya algunos meses que canceló la suscripción, y realmente no sé si alguna vez llegamos a encontrarnos. 

Decía que le aburría. No sé, por mi parte no concibo que a nadie le pueda aburrir algo como Neus Vitta, con tantos escenarios y vidas diferentes por explorar. Tal vez, en el caso de los plebeyos que ejercen de plebeyos y que viven sus vidas tan insignificantes dentro como fuera. Pero me da la impresión que ni de eso se dan cuenta. Los diseñadores del programa fueron muy inteligentes introduciendo la premisa de que se pudieran mejorar las condiciones de vida virtual en función de la inversión que realiza cada jugador. Cuanto más pagas mejor posición social y económica en el mundo que elijas. Indudablemente es una estrategia comercial lógica, pero tiene el peligro que los usuarios de menos recursos no quieran revivir sus vidas mediocres en el entorno virtual y lo abandonaran. Todo juego de ajedrez necesita de peones. Lo curioso es que nunca han faltado labriegos, herreros y gladiadores en la Roma antigua, aunque sea más atractivo pilotar una nave espacial por muy utilitaria que sea. 

Del otro lado de la puerta del baño viene el gorgoteo de la ducha. No merece la pena que la espere. Así que cierro los ojos y pongo en marcha el juego. Antes de que me envuelva la piedra labrada y la rudimentaria mampostería alcanzo a discernir que no comprendo a qué se refiere bárbara con lo del vacío. Yo sólo siento algo como un manto de calor, una sensación de calma y de satisfacción. Tengo todo lo que quiero. 

El  día amanece en el siglo II. Como muchas otras noches me quedo dormido soñando.

O - O

- ¡Pues no me dice anoche que quiere aprender jardinería!. Jardinería, nada menos. A ver de dónde narices saco yo ahora macetas y tierra para plantar. Me pregunto si todavía se venderá de eso en algún sitio. Va a acabar volviéndome loco. La verdad es que no entiendo nada, colega.

Ver el redondo cabezón de Jonás aparecer todas las mañanas por encima del rectángulo perfecto de mi terminal es algo a lo que no consigo acostumbrarme. En un sistema de funcionamiento tan perfecto como el del CCH hay un par de cosas que se escapan a mi comprensión. La primera es por qué nos siguen obligando a venir a trabajar a un espacio físico cuando todos podríamos perfectamente hacerlo desde el propio panel, sin necesidad de desplazarnos, en realidad ni siquiera con la necesidad de estar despiertos. Está demostrado que la interactuación mejora la productividad, dicen, que se evita la toma de decisiones aisladas y poco contrastadas. También que se mejora la salud de la ciudadanía, al obligarle a abandonar la cama y hacer uso de sus facultades físicas.

La verdad es que suena arcaizante, pero en fin, el sistema no suele equivocarse. Ahora bien, ya que me obligan a venir a este sitio, ¿cómo es posible que el CCH, tan experto en las relaciones humanas, cometa errores tan fragantes como juntarme con un pelma de la magnitud de Jonás? Es increible que no se hayan medido las compatibilidades entre compañeros de trabajo en una empresa que vive precisamente de medir tales compatibilidades.

A Jonás le encanta atormentarme con toda clase de comentarios y conversaciones. Es experto en actualidad, algo que detesto, y se empeña en ponerme al día, como suele decir. Me resulta inútil decirle que en el fondo es él quien vive con doscientos años de retraso, pues no creo que pueda comprender lo que pretendo decirle. En todo caso, he de reconocer que de vez en cuando me viene bien que me cuente alguna noticia, sobre todo si ésta me puede incumbir, como modificaciones en alguna de las aplicaciones del panel, nuevas legislaciones o impuestos, o simplemente, variaciones en los servicios de transporte colectivo o catástrofes varias. Lo llevo con paciencia y altas dosis de condescendencia. Incluso que me llame “colega” o “tío”, que eso sí que no lo suelo soportar.

Jonás es mi enlace en La Farmacia. Llamamos así al Departamento de Seguimiento de Aplicación de Detecciones de Fallos de Seguridad. Dicho de otra forma, nos encargamos de rastrear el sistema de posibles recidivas de virus que ya han sido previamente tratados por el Hospital, o Departamento de Control de Ataques Externos. Nuestro trabajo consiste en rastrear las cadenas detectadas por el Hospital para ver si se han podido mantener latentes en algún punto del sistema o han sido definitivamente erradicadas y limpiadas del mismo. 

Es un trabajo monótono, pero tranquilo. No hay mucho nivel de exigencia, ya que es altamente improbable que el Hospital deje pasar algo de importancia, y me permite entretener unas horas que preferiría no tener ociosas. También me genera ingresos por encima del salario básico universal que el gobierno paga a todo individuo trabaje o no, lo que me facilita algunas comodidades adicionales en mi vida diaria y mejora mi deambular por la virtual. En un mundo en el que no es necesario trabajar para vivir creo que tomé una buena decisión al hacerlo. Tengo lo que quiero. El único punto heterogéneo en este aspecto es Jonás, con su hocico inmenso y su verborrea desbocada.

Lo peor es cuando le da por contarme cosas de si mismo. Debería decirle que su vida privada no me interesa nada, pero admito que eso sería romper las normas de la cortesía más elemental y, bueno, digamos que aún puedo seguir soportándole algún tiempo más. Por lo menos tiene la decencia de no alargarse demasiado, y algún carraspeo o gesto de indiferencia por mi parte suele interpretarlo correctamente, y termina por dejarme en paz.

Vive con una mujer, Gladys, a la que conoció, como casi todo el mundo, a través del propio CCH. Debe llevar más de diez años con ella. Ultimamente anda algo preocupado. Encuentra en ella cosas que no esperaba, dice que empieza a no parecerse a la persona que buscaba. Intento decirle que no es muy posible que el centro se equivoque, y que del estudio de su personalidad y su perfil psicológico el programa la detectó a ella como altamente compatible, y lo mismo reciprocamente. Que los gustos expresados de ambos en cuanto a aspecto físico y a apetencias y aficiones básicas habrían acabado el proceso de selección satisfactoriamente. Que Gladys es sin duda la compañera perfecta que podría tener.

- No sé - dice - a mi en la vida se me había ocurrido pensar en plantas y flores, y ahora está decidida a llenarme la casa de esa mierda. Pero, en fin, tal vez deba tener paciencia y ver cómo acaba todo esto.

A veces me resulta enternecedor. Hay días que viene vociferando que le han estafado, que no soporta a Gladys, que no tiene nada que ver con lo que él estaba buscando. Y al rato acaba admitiendo que le empieza a gustar ver los jarrones y los macetas por toda la casa, o se maravilla pensando en que tal plato de comida no tenía ni idea de que le fuera a gustar tanto. 

- Tienes razón . me dice - el sistema nunca se equivoca. El sabía que a mi en el fondo me gustaban esas cosas.

No le hago demasiado caso. Creo que Jonás no da para mucho análisis, creo que su cabeza no rige muy bien, y considero que es un caso típico que justifica el CCH. Sin el sistema encuentro difícil que Jonás hubiera podido llevar una vida medianamente ordenada, con una pareja que le cubra necesiadades básicas. Jonás habría sido un elemento inestable en el mundo pre-panel, un punto antisocial y peligroso.

Pero me acaban aburriendo sus historias domésticas. Afortunadamente el panel no nos deja demasiado tiempo ociosos, y nos va mandando periodicamente varias toneladas de datos para rastrear. La comprobación minuciosa en búsqueda de cadenas víricas es una tarea bastante impersonal, pero tiene a veces su premio, cuando conseguimos detectar algún rastro proteico camuflado en una serie. Entonces tomamos nuestra ración de protagonismo en el Centro, y nuestros implantes bullen de felicitaciones y aplausos.

Por otro lado, el archivo de virus con el que contamos es probablemente el más completo de los que puedan existir en toda la red humana. Contamos con una línea del tiempo claramente definida, y esa evolución histórica de los ataques al sistema no deja de ser un resumen de la historia de la inagotable ansia de autodestrucción del hombre. La necesidad de vuelta al caos es algo tan incomprensible como duradero en la raza humana, y esta se traduce, mediante los virus, en el empeño de acabar con el único sistema que se ha demostrado capaz de acabar con el caos anterior a la existencia de los paneles de información personal. 

Bien es cierto que esta biblioteca de virus sólo se refiere a los que han sido utilizados para atacar al CCH. Los que los grupúsculos antisistema han ido creando para inhabilitar los paneles probablemente serán mucho más sofisticados, no me queda la menor duda, pero trabajar en las oficinas gubernamentales que los combaten tenía un aire militar que no cuadraba mucho con mi personalidad. A los que trabajan en estas oficinas los suelo encontrar de vez en cuando en Neus Vitta, en roles de senadores, grandes generales o, incluso, en el de Emperador (aunque este puesto cambia muy a menudo, ya que se ve sometido a continuos magnicidios).

Aquí sólo guardamos los nuestros, cuya importancia es más relativa, dado que, aunque ampliamente extendido, el uso del Centro de Conexiones Humanas aún no es obligatorio, y se permite a las personas relacionarse por fuera de él. Esto lo hace alrededor de un 10% todavía, con porcentajes de fracaso sentimental claramente ridículos por lo excesivo.  Esta ilusión de libertad de decisión permite que no tengamos tantos ataques, aunque estos se van incrementando constantemente.

Al principio, los virus eran mucho más toscos. Estaban diseñados para borrar perfiles enteros, o todas las referencias de determinada clase. Eliminar a las personas era una estupidez, ya que los usuarios se daban cuenta a las pocas semanas de no recibir notificaciones y reclamaban. Las copias de seguridad reemplazaban rapidamente y el virus era inmediatamente rastreado. Algo parecido ocurría con el borrado de referencias físicas o de gustos, o a los perfiles psicológicos o de personalidad. El sistema detectaba estas carencias como perfiles incompletos y también eran rápidamente solventados los fallos.

Más adelante comenzaron los virus de sustitución. Estos comenzaron a ser más peligrosos, ya que amenazaban con cambiar datos verdaderos por datos falsos. Pudieron ser contrarrestados mediante la generación de un sistema de comparación continua con originales, pero este sistema es muy costoso de mantener y produce ralentizaciones innecesarias en algunos procesos de selección. Debido a ella el Centro se dotó de La Muralla, el Departamento de Prevención de Agujeros Sistémicos.

Los virus de sustitución tuvieron cierto éxito, según se decía hace años, ya que generaron un incremento notable de los porcentajes de fracaso de selección. En realidad, el porcentaje de relaciones fracasadas ha sido inferior a un 5% desde la inauguración del CCH, achacándose este pequeño margen de error a malas interpretaciones y respuestas vagas por parte de los propios usuarios, incapaces, en ocasiones, de describir aceptablemente sus gustos y necesidades. Se contaba que durante los primeros tiempos de los virus de sustitución, antes de La Muralla y del sistema de comparación continua, el índice de fracaso llegó a alcanzar el 15%. Si bien se estima que antes del CCH el procentaje de fracaso relacional superaba el 75%, ya un 15% es un valor demasiado alto para un sistema que aspira a ser perfecto.

El virus que rastreamos ahora es un aleatorio. De alguna manera es el más perverso y el más inteligente de todos. Está diseñado para borrar datos aleatorialemente a lo largo y ancho de todo el sistema. En algunos perfiles borra algún dato físico, en otros psicológicos, en otros de gustos, colores, valores. No sigue un patrón determinado, y además se ha ido refinando con el tiempo. Corre el rumor de que ha sido creado por alguien de dentro, ya que se sospecha que ha sido capaz de burlar el sistema de comparación continua, y si bien El Hospital afirma que hace meses que fue erradicado, todavía nos vemos obligados a rastrear su presencia diariamente en el sistema. 

Todos los días lo mismo. 

¿Te imaginas - dice Jonás, riéndose - que ese puto virus hubiera borrado las aficiones hortícolas de mi chica?

Un escalofrío recorre mi espalda al pensar que tal vez Jonás pueda tener razón.

O - O

Anoche condené a muerte a un soldado en Britannia. Es la primera vez que lo hago, y no me siento nada bien. Se le acusaba de un robo, algo simple, sin violencia y sin muerte. La disciplina es lo que tiene que imperar, así es como lo he pensado, estamos en la frontera, rodeados de bárbaros, no nos podemos permitir estas relajaciones. 

Está dentro del juego. Mis créditos me permiten ese rol, y al alias real del soldado le tocará abandonar este universo y entrar en otro, si puede. La culpa es suya, haber jugado mejor. Pero esta mañana me dolía la cabeza y tenía la sensación de mala noche. Bárbara no estaba, se ha escabullido antes de que yo me levantara, sin despertarme. Debería agradecérselo, ella madruga bastante más que yo, pero me hubiera apetecido verla.

Algo no va bien desde hace unos días. El maldito informe me está removiendo la vida.

Lo descubrió Jonás. Por eso anda tan callado últimamente. Lo descubrió rastreando el aleatorio. Una cadena interna, algo que no habíamos visto nunca, un link escondido en una cadena numérica lo hizo salir. El virus actuaba como una llave que nos llevó a un confidencial del sistema. Nunca sabremos si premeditadamente. Es igual, Jonás lo sacó a flote y me lo envió.

Antes, esa misma mañana, se me había acercado sonriente. 

- Tengo que contarte algo, colega - Hablaba en voz baja, lo cual era completamente absurdo porque estábamos los dos solos.
- No tengo mucho tiempo, tengo que... - pero me lo iba a contar de todas formas.
- Vas a alucinar, tío. Anoche lo hicimos sin panel.
- ¿Cómo?
- Como lo oyes. Estábamos en ello y me dijo, “apaguémoslo”. Yo le dije, “¿lo dices en serio?, sabes que puede ser una decepción”. “No”, me contestó, “llevo meses haciéndolo, y me encanta”. Así que nos lo quitamos y, tío, una pasada. Igual que con el panel. No, mejor.

Todo eso acompañado de una sonrisa idiota, una mirada cómplice que me estaba enervando. Considero a Jonás bastante imbécil, pero desde luego que no tanto como para no saber definir sus gustos y necesidades, al fin y al cabo es un técnico de sistemas tan valioso como yo. Tampoco creo que el programa le hubiera asignado a alguien tan volátil como Gladys. Jonás es más bien de aquellos que mira diez veces antes de cruzar una calle.

El caso es que Jonás estaba encantado con la locura transitoria de su mujer. Yo, en cambio, lo empezaba a ver todo negro. El sistema no se equivoca nunca. Gladys tiene que ser efecto de un virus, Bárbara es lo correcto y pronto volverá a utilizar el panel. Y a querer hacer el amor. 

Pero y si es al revés, y si Bárbara es el producto de un virus y Gladys es lo correcto.

Ahora el informe estaba en mi panel y todo empezaba a tener sentido.

O - O

“CONFIDENCIAL.

A Mr. Tellembaum, presidente de la Compañía CCH, y al Consejo de Dirección. 

Asunto: Actualización de los índices de fracaso relacional.

La tendencia de los últimos quince años ha mantenido los índices estables, con pequeñas variaciones estacionales en meses posvacacionales, especialmente en aquellos posteriores a las épocas estivales en los diferentes planetas y hemisferios. En media, los porcentajes de fracaso registrado, es decir, aquellos con reclamación directa a la compañía, se han movido alrededor del 25% en todo este tiempo. 

Si bien el dato anterior lo consideramos como el único oficial, es interesante también considerar los siguientes aspectos adicionales:

Se estima en otro 15% los fracasos relacionales que no se declaran como tal directamente a la compañía, sino que directamente desaparecen como usuarios del sistema. Se supone que los componentes de tales relaciones se separan como tal y no vuelven a integrarse en una nueva búsqueda. En este sentido, comentar que el porcentaje de personas no adscritas al sistema ha ido aumentando a lo largo del tiempo, cifrándose en la actualidad alrededor del 30%, y no del 10%, como hemos ido haciendo público periodicamente.

Al menos un 5% acaba de manera violenta, lo que incluye asesinato y suicidio.

Finalmente, los servicios de salud psíquica informan de que al menos otro 20% son parejas radicalmente infelices, que se mantienen juntas por la fe que profesan al propio sistema, por la incapacidad de reconocer el error (que siempre sería propio y no del sistema), o por vergüenza social o miedo al fracaso.

La suma de estos porcentajes alcanza la cifra del 65% de fracasos dentro del sistema. 

Deben hacerse tres conclusiones a lo anterior:

La primera es que los porcentajes de fracaso no son significativamente diferentes de los registros existentes de las eras pre-panel y pre-CCH.

La segunda es que tampoco estos porcentajes de fracaso han variado por la existencia activa de virus. Es decir, se considera que los virus no tienen incidencia alguna en el sistema.

Por último, se recomienda fuertemente que esta información se mantenga estrictamente en secreto, ya que el conocimiento público de la misma sería pernicioso para la existencia misma de la Compañía.

Finalmente, se recomienda centrar los esfuerzos en la mejora de los programas de recopilación y de asignación de resultados, con el fin de invertir tales tendencias y reducir significativamente los porcentajes señalados. También insistir al gobierno a que decrete la obligatoriedad de uso del sistema, ya que la voluntariedad amenaza con arruinar la compañía.

Atentamente,

Dr, Thomas Muster, director de El Hospital”

O - O

Jonás lleva dos días sin hablar. Estamos los dos pensativos. No sabemos qué vamos a hacer. Si los virus no tienen influencia en los porcentajes de fracaso es que entonces da igual que el sistema funcione bien o mal. Da igual que exista o no exista. Por tanto, no tiene razón para existir. Si dejamos que eso se haga público el sistema se acaba. Sin el sistema es el caos. El caos no es deseable.

Tampoco sabemos si podríamos hacer que el informe saliera de aquí. Ultimamente tenemos miedo al salir a la calle. Tenemos miedo en casa y aquí. No creo que nos dejaran salir con vida si se enteraran que tenemos esta información. 

Y además, tampoco sabemos si es falsa o no. 

- Creo que lo que más me gusta de Gladys es que va cambiando, va siendo una persona nueva, y me empuja a mi también. Pero yo no sabía que me gustaba eso. - Esta vez me habla sin mirarme, desde su mesa, con la mirada puesta en su terminal.- Creo que es por eso por lo que nunca funcionará el sistema. 

No se si Jonás tiene razón o no. Puede que la tenga en parte. A mi no me gustan las sorpresas, pero es posible que a Bárbara sí.

Aún así, el caos no tiene sentido. No. Nuestra vida tiene que mantenerse. 

Ella es suave en sus formas exteriores, apenas pesa en el contacto, es elegante al hablar y al estar. Por dentro es profunda y brillante, alguien que ve más allá, por encima y por debajo... Su cultura, su curiosidad, su conciencia de las cosas, todo es infinito en ella, todo lo que pedí se concentra en esa delgadez y en ese rostro vivaz y luminoso. Es el sueño que jamás pensé que se cumpliría cuando introduje las coordenadas precisas para encontrarla en un mar de miles de millones de perfiles inútiles.

Y todo se perdería.

No, Jonás, no te lo permitiré.

Debo condenarte a muerte. Hay que hacer prevalecer la disciplina. Esto es una frontera, al otro lado está el caos, la barbarie. 

Tienes que abandonar el juego.

Tengo el revólver en el bolsillo del pantalón. Tomo aire y me incorporo, y empiezo a caminar hacia el escritorio de Jonás. Diez pasos, tal vez doce, y todo habrá terminado. La decisión está tomada y es irrefutable.

El sistema es infalible.

Su redondo cabezón está ya delante de mi, sonriendo. Todavía sigue hablando de su Gladys, de su estúpida Gladys y su vida de mierda. Pobre imbécil, tu absurda felicidad va a acabar con todo. 

Aprieto mi mano sobre el revólver dentro del bolsillo del pantalón. Un zumbido apenas perceptible suena en mi interior. Por el panel la imagen de Bárbara, serena, imperturbable. “Te dejo”, dice. “Lo siento, pero no hay marcha atrás”. La imagen se desvanece. Palabras consisas y claras, sin aspavientos y sin dramas. Lo que quiero decir lo digo y ya está. Ni más, ni menos. Asi la quise. Asi es. No hace falta decir nada más.

Sé que no volveré a verla.

Mi mano se relaja y suelta el metal. Me apoyo en el escritorio de Jonás, incapaz de sostener el equilibrio. Supongo que debo estar pálido, pero él no se da cuenta, nunca se da cuenta de nada.

Simplemente me habla otra vez, sin levantar la vista.

- ¿Qué, colega? - dice - ¿Qué hacemos?  ¿Lo soltamos?

Me sorprendo sonriéndole por encima de su terminal.

Haz lo que quieras, tío.

Haz lo que quieras.








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