lunes, 26 de mayo de 2014

Serialize me

Una ventana de un tren, el sol entra por esa ventana, y las sombras de los postes y de los árboles teselan el suelo del vagón.
El olor cercano de un cuello y el tacto suave y pulido de piel en mis manos.
El sabor de un plato de pescado una tarde calurosa en una playa solitaria.
La primera vez que me puse medias. El primer beso. El día que descubrí que me gustaba el salmón.
Mi primera uña negra.
El relámpago de dolor de mi primer tatuaje mental.
El nombre de mi primer amor, el nombre de mi último amor.
Las caras de niños de mis compañeros de colegio.
Lágrimas de cocodrilo. Frases hechas.
La tensión de mi último examen.

Todos los recuerdos, uno a uno, van pasando a través de un cable por el que se desplazan en serie, electrón a electrón, de mi viejo cerebro al nuevo.

El estúpido orgullo de ganar aquel programa de televisión.
El reloj que me robaron por confiarme demasiado.
El engaño y la tristeza que provoqué en el corazón de quien amaba.
Conversaciones prohibidas. Mi cuerpo desnudo buscando tu mente desnuda.
La rabia de no conseguir lo que siempre me propuse.
El primer día que dormí fuera.
La primera mentira a mis padres.
Aquel día que fumamos colillas de un cenicero del coche.

No son mis ojos, ni mi consciencia quien puede ver todos esos recuerdos, todas esas valoraciones, todas esas palabras que he aprendido. Era otra clase de observador, pero estaba en mi cabeza.
Sentía como ambos veíamos pasar, en desorden, toda una vida que nos pertenecía.
Estaba en tránsito.

El hijo que perdí. Ver formas en las nubes. Escribir poesía.
Romper esos dibujos, libretas llenas de notas que se han quedado atrás.
Una caja roja llena de cartas.
La mirada de mi sobrino sintiendo pena por mi.
La risa de mi padre. El abrazo de mi madre. La mano de mi hermana en mi hombro.
Las fotos. Miles de fotos.
La música en aquel concierto, la estaba escuchando de nuevo.
Conversaciones que me proporcionaban ese raro placer.
El sabor de la rabia en mi boca, la desgracia de ciertos días, el sabor salado de las lágrimas.


El día que me diagnosticaron gerontólosis, la enfermedad del viejo cerebro, del cerebro finito, me sentí muy asustada. Aunque ya es bastante frecuente la serialización, no es para nada fiable.
Existen casos de gente cuya mente queda fragmentada, que se queda en el limbo o que no sobrevive en ningún de los dos sitios. Pero una vez que estás en proceso, no hay forma de parar.

El llanto de mi hermana siendo un bebé. Ver las estrellas en aquel campamento de verano.
El frío del parque donde me reunía con mis amigos. Aquella tormenta verde, aquel viendo poseído.
Aquel vestido de cuadros. El día que me teñí el pelo de azul.
Coger aire a 20 metros bajo el mar y no querer subir.
Otro esguince de grado tres. Cortarme el dedo con un folio.
Una mano entre mis piernas. 
Nombres, nombres y nombres de personas y personas. Nunca imaginé que pudiera recordarlos a todos.

El precio era razonable: según el contrato el pago es en tiempo de procesamiento de información ya en el otro lado, así que la eternidad está al alcance de cualquiera. Es verdad que a los famosos y poderosos se les aplicaba una serie de mejoras en el proceso que hacían que su tránsito al otro lado fuera más tranquilo y sobre todo más seguro.
No me imagino a los mismos técnicos ni las mismas máquinas que atendieron al gran R. Fiche trabajando para mi: una cualquiera, que solo quiere seguir, de la forma que sea.

Mi clave de acceso al banco. La pelea de egos.
Mi sonrisa torcida. Las autofotos. Comer gelatina en verano. La bicicleta sujeta por mi tio.
Emociones, recuerdos, conocimientos, palabras y más palabras, todo mezclado.

Algunas cosas van tan rápido que ni siquiera me doy cuenta, pero es como si dejaran cierto sabor en mi boca y pudiera reconocerlo.

La autoconciencia de saber donde estoy y qué está pasando. Lo último que vi con mis ojos, con estos ojos que dejaré atrás para siempre. La tarta de cumpleaños con forma de fresa. Una buena borrachera. Otra. Las cosas que siempre se quedaron en un nudo en la garganta y no logré decir. El olor metálico de los días de otoño. Caminar por las rocas.
Quitarle los cuernos a las hormigas. Machacar piñones. El sabor de un melocotón mezclado con alguna que otra droga.
Jugar a la play hasta el amanecer. El placer de sentir el cuerpo de otra persona. 
El cosquilleo en mis piernas cuando me quitaba los patines.
Secretos. Secretos que quedaron sepultados en mentiras. Mentiras que quedaron cubiertas de lágrimas.

No tengo conciencia de cuanto tiempo puede haber pasado. El proceso en general, salvo extrañas complicaciones, lleva entre dos y tres días. Pienso que todavía he visto muy poco, noto la presión de todo lo vivido esperando a salir por ese pequeño hilo de grafeno. Como en mi fantasía, voy desintegrándome en un punto y reconstruyéndome en otro. Se desvelan ante mi un montón de verdades, verdades que nunca vi con tanta perspectiva.

La primera vez que engañé a uno de mis novios. La foundé de chocolate con fresas. El viaje a Berlín. 
Una foto bajo el Big Ben. Esa caricia. La marca de nacimiento en mi codo. Todos y cada uno de mis cortes de pelo.
Mi cara cuando era más joven reflejada en un espejo. Tu colonia. Mirar una pecera llena de peces. 
El momento en que me taladraron la mandíbula para ponerme un implante. El sonido del teléfono a las 2 de la mañana el día que murió mi abuela. Reuniones de familia. 
El día que besé a aquella chica. El médico mirándome mientras me dice mi diagnóstico. Los gatos de mi vecino.

El color del bañador de esa niña que flota en el fondo de la piscina. Dolor. Supresión de empatía. Rabia contenida.
Secretos. Secretos prohibidos....

y de repente......

De repente está todo blanco. Me queda un pequeño suspiro de consciencia. Estoy deseando despertar del otro lado. Noto como se va, como me pierdo.
     
                Por favor. Solo quiero despertar en el otro lado.

[...]
Datos del paciente:
mujer, 102 años, diagnosticada con gerentólosis.

Estado de la migración:
El proceso se realiza correctamente hasta que se llegó a una zona bloqueada.
Los bloqueos son corrientes, y en todos los individuos se pueden suprimir o migrar sin problemas, ya que pertenecen a un área de memoria inconsciente, pero la inconsciencia también puede ser traducida, de forma análoga a  la que un servidor puede copiar un archivo ofuscado, sin ver la información que contiene.
En este caso sin embargo, el bloqueo produjo un borrado de todos los datos que venían a continuación. Como los datos no están ordenados, el paciente ha quedado en lo que se llama el limbo.
No se sabe si con ese conjunto de información el paciente podrá "arrancar" en virtual.

Conclusiones y acciones a llevar a cabo:
Se conservará durante unos años la información que se ha conseguido copiar.
Se realizarán pruebas de auto-consciencia cada mes.

lunes, 12 de mayo de 2014

Microrrelato 20.0


Aquel dia lamíó el suelo a lo largo de todos los pasos que dió para no llegar a ningún lugar, solo hizo una parada para apretar los dientes, cuando quería gritar se resquebrajaban y cuanto más quería gritar le llenaron la garganta de piedras para no oirla. La pasearon arrastrándola cabeza abajo golpeando el cráneo contra el suelo en cada descuido, le levantaron las uñas, jugaban a pinchar la yugular y a adivinar la trayectoria del arco sangrante y los payasos hicieron apuestas de hasta cuando podría resistirlo, le pegaron los párpados para que no perdiera detalle hasta ulcerar la córnea y los cortes con punta afilada se pasearon resbalando por todo su cuerpo hasta desgarrar su vagina, la incisión fue lenta y dolorosa y la abrió en canal hasta la tráquea mostrando sus visceras humeantes, latentes y podridas, aprovechando para arañar sus intestinos vertidos en el barro. Estaba lleno de gente vacilante, no hacían nada que no hubieran hecho antes, no veian nada que no hubieran visto antes, y aún asi reian, reian a carcajadas, saltaban , bebian, esnifaban todo tipo de sustancias que le hicieran olvidar lo que podrian haber sido. El suelo se hunde a su izquierda, la gravedad no actúa igual ante todos, le sujetó del pelo para seccionarle el cuero cabelludo, nunca salieron de ahí, solo por un momento, pareció que se miraron a los ojos, aún, durante unos segundos exactos la apnea abandonó el tiempo.

Ella sonreia.

Porque en sus recuerdos, esperaba del futuro conmovedores cambios y nuevas situaciones.

jueves, 8 de mayo de 2014

La eterna puesta de sol

La enorme cristalera del despacho tenía la misma configuración que una ventana de avión, dado que la casa debía estar siempre a la misma presión para que no le afectaran los cambios de altura y temperatura inmanentes al viaje transoceánico que realizaba cada día.
La cristalera, formada por dos cristales separados por un milímetro de fluido básico con micropartículas, cambiaba de color a placer. Las micropartículas eran afectadas por el pH del fluido que se encontraba entre los cristales y pasaban de un color a otro.
Ahora mismo toda la casa tenía los cristales anaranjados, para darle más potencia a una puesta de sol en la que podía apreciarse la perfecta curvatura de la tierra.

Allá arriba se sentía bien. Había conseguido, después de cientos de años de esfuerzo, la casa de sus sueños. Aunque tenía sus pros y sus contras.
Eran pocos los agraciados que podían vivir sobre la atmósfera terrestre y tenían muchas restricciones y responsabilidades, dada la situación delicada del planeta madre.
Teniendo en cuenta el maltrato de los últimos siglos en los que estuvo poblada por humanos, pero también su desuso.
La tierra se había adaptado poco a poco a la presencia humana, y de repente todos desaparecieron, y su equilibrio se desmoronó: durante alrededor de 1200 años, los terraingenieros intentaron paliar los efectos de la estancia y de la ausencia del hombre allí.
Ahora convertida en una suerte de zoológico o jardín botánico, la Tierra disfrutaba de sus primeras vacaciones humanas, como una madre cuando sus hijos de independizan: libre pero sintiéndose vacía por la ausencia de problemas.
Ningún humano podía pisar la tierra ya, pero si podían controlar y disfrutar de ella desde las alturas.

Él descansaba en su casa flotante pensando en su reencarnación, en cómo era posible que después de tanto tiempo muerto hubieran conseguido hacerle sentir como si acabara de levantarse.
Aunque llevaba 342 años "despierto" todavía era una de las cuestiones que más le confundían.
Al principio se sintió impactado con lo que vió, pero no con las cosas que suponía que lo harían:
no ver la tierra desierta, no estar aislado de otros "reencarnados", no verse completamente solo sin la gente que siempre conoció.
Le sorprendió lo poco que había cambiado todo en tanto tiempo.

El futuro, se decía, nunca llegaría.

El sol, más grande que en la época que nació pero menos fogoso, se reflejaba en los techos hechos de espejo multifacetado que alimentaban los sistemas antigravitatorios y energéticos de la casa.

Arriba, en el cielo, podían verse las estaciones geoestacionarias más próximas a la tierra donde se acinaban todos los que querían sobrevivir a toda costa.
Por la noche brillaban como estrellas de diferentes formas.
La natalidad estaba estancada desde hacía siglos, pero la gente no moría, ese era el nuevo orgullo del hombre.
Primero mataron a dios, y ahora a su propia humanidad.

Saboreaba la sensación del día que despertó y le aseguraron que estaba en el año 4201.

No sentía ningún tipo de añoranza, pero estaba inquieto y ansioso por comprobar los cambios acaecidos y disfrutar de las nuevas tecnologías ¿le sería imposible encajarlas en su viejo cerebro? ¿habría cambios singulares?
Durante muchos años vagó por los "nuevos mundos", decepcionado sabiendo que el hombre no había llegado a desarrollar el poder de viajar a otras estrellas, pero si de construir nuevos hábitats, enormes construcciones creadas sin gravedad a través de nanomáquinas.
Cada uno de los mundos albergaba nuevos secretos por descubrir y se dio cuenta que la orientación de la vida humana se había convertido en algo así como el consumo del propio cuerpo, la caida de los nocioceptores y el triunfo del placer estético o intelectual.
El deporte por excelencia era jugar contra el ordenador más potente creado por el hombre (en realidad, creado por otros potentes ordenadores) al juego de GO.
Las investigaciones perseguían el cambio genético definitivo para hacernos adaptables a cualquier lugar o situación.
La búsqueda de riquezas y nuevos recursos se llevaba a cabo a través de naves mineras no tripuladas que traían al multihábitat todo lo que se necesitaba.
Los animales y las plantas habían desaparecido, dejando paso unicamente a micropartículas (que hacían las veces de virus o bacterias) artificiales, programadas por y para el hombre.

Tras unos 300 años de llenarse de información,de vivir relaciones diversas, de adaptarse al nuevo idioma y al nuevo criterio temporal, se dio cuenta de que como en el "pasado", el día a día era igual.
Siempre corriendo para atravesar una meta solo para ver aparecer la siguiente en el horizonte.

Así que pidió el traslado como "guardabosques" de la tierra. No fue fácil y le costó mucho tiempo lograr el nivel de influencia necesario para poder conseguirlo, pero finalmente, y después de unos cuantos cursos muy especializados sobre terramantenimiento, el puesto fue suyo.

Se dedicaba a cazar nubes con concentraciones muy altas de azufre u otro componentes químicos dañinos y destruirlas antes de que depositaran su lluvia venenosa en cualquiera de las selvas o bosques o desiertos de arena o hielo.

Pero de vez en cuando miraba con añoranza aquellas explanadas vacías y yermas que en otro tiempo fueron ciudades, sobre todo en la que vivió.
Las ciudades llenas de vida y ajetreo no tenían nada que ver con los núcleos residenciales de los hábitats, en los que rara vez se interactuaba con las personas físicamente.
Ante esa nueva soledad, prefirió la soledad completa y el aislamiento.

Porque en sus recuerdos esperaba del futuro conmovedores cambios y nuevas situaciones.
Artilugios, ciencias y organizaciones diferentes.
Se emocionaba pensando cuando conversaba con sus amigos sobre lo que les depararía si consiguieran vivir miles de años y ver lo que vendría.

Bien, él ya estaba ahí.

Recorriendo el planeta a un tercio de su velocidad de rotación, siempre iba persiguiendo a la estrella central.

Al final, pensó, todo lo que había pedido del futuro era eso: infinitas puestas de sol.

martes, 6 de mayo de 2014

meiosis de pensamiento

Sí, eran criaturas vivas, y eso nos motivó en gran medida.
Nuestra búsqueda había llegado a buen puerto.
Aquel planetoide, pequeño y alumbrado por un solo sol tenía un color especial, que reflectaban composiciones atómicas de lo más estables.
Y era hermoso.
Y contenía vida.
Vida que no fue creada por nosotros.
Las criaturas habitaban  aquel planeta siguiendo solo las reglas del primer motor: nada más importaba que la supervivencia y el lento paso de la adaptación.
Nada preocupaba el saber para qué o por qué y por tanto ellos no tenían más preocupación que la gran y difícil hazaña de seguir adelante.

Pero llegamos ahí y teníamos que conseguir el objetivo: ellos debían encontrarnos, y no nosotros a ellos.
Esa había sido la misión de esta vieja y desgastada forma de vida.
Encontrarnos significaba que se adentraran en el nuestro mundo.

Así que trazamos la siguiente hoja de ruta: crearíamos seres especiales, por medio de la meiosis del pensamiento.
Crearíamos una mutación que no pudiera ser detectada.
Los seres especiales tendrían la necesidad de encontrar sus haploides, meta que los haría sentir completos.
Otro fin diferente a la simple supervivencia: la búsqueda.
Para buscar era necesario que desarrollaran inteligencia.
Y así nació la mente y el abstracto.
El cambio fue sustancial, pero no lo notaron inmediatamente.

El tiempo pasó y las interpretaciones de las criaturas, que avanzaban en otra rama evolutiva sin saberlo, en la rama del segundo motor, se empezaron a multiplicar.
Muchas de las criaturas especiales se fueron encontrando, creando gametos intelectuales, creando nuevas criaturas simbólicas: las ideas, el pensamiento, las corrientes culturales y artísticas.

Nuestra raza empezaba a rejuvenecer.

Mientras tanto, la convivencia entre seres especiales y seres no especiales tendió hacia una especie de mezcolanza: sin diferencias claras (las diferencias solo eran captadas en el plano de la realidad) no eran capaces de distinguirse entre ellos.
La búsqueda implicaba que una sola criatura especial nunca viviera sosegadamente sola.
Pero nuestra sorpresa fue darnos cuenta de que ellos mismos diagnosticaban un falso positivo, simulando algunos de ellos ser nuestras criaturas mutadas. Pronto la diferencia se hizo indistinguible.
Incluso para nosotros.
Nacieron contracriaturas y como consecuencia todos se perdieron, no encontraban ni rastro del camino a seguir, y avanzaron campo a través.
Las interpretaciones de los procesos biológicos más simples, eran llevadas a lo más complejo y enredado.
La simpleza de lo complejo quedó sepultado en herramientas intelectuales inmanejables.
En el camino, en la búsqueda, erraron en el propósito.

Con las mismas varillas que les ofrecimos para construir las alas que les llevarían hasta nosotros, construyeron una jaula alrededor de cada uno.
El abstracto les encerró, les contuvo: a criaturas especiales y falsos positivos por igual.
Incluso a los que ni siquiera quisieron plantearse pensar en el segundo motor.

La mutación filosófica había arraigado, pero crecía en una forma diferente a la que planteamos.
Habían creado la duda y el sufrimiento injustificado, el miedo, los vértigos intelectuales...

Cada vez nos separábamos más.

Nuestra raza empezó a envejecer, a temer por la supervivencia.

Criaturas imperfectas y melladas no dejaban ver a aquellos mutados que no se encontraban con sus alelos, con los que hubieran creado un cigoto que crecería y les harían llegar hasta nosotros.
El ruido producido por el exceso lo ensució todo. Todo.

Hasta hoy.

No desaparecerá el arte o el pensamiento, pero seguirá creciendo en el sentido que vosotros mismos os impongáis.
Ahora sabemos que no llegaremos a encontrarnos jamás.
Ahora tenemos otro destino, otro lugar donde la semilla que plantemos quizá no dirija a las criaturas poderosas al desastre, a la pared oscura y cerrada del final del laberinto, y sin embargo les lleve a nosotros, que les recibiremos con los brazos abiertos.
Puesto que nosotros somos su salvación y ellos la nuestra.


lunes, 5 de mayo de 2014

niño viejo

el cerebro no recibe estímulos es capaz de crear su propia realidad

Estaba deseando cumplir 12 años para que al fin me dejaran probarlo.

Todo el mundo, todo el rato, está hablando de la virtualidad.

El resto de chicos de mi edad en el centro de capacitación tienen la misma inquietud que yo, pero yo dí un paso más, y me hice con las claves de acceso a los dormitorios de los tutores.

De todas formas hacía un par de días que los tutores no aparecían por aquí. Era 2 de febrero y empezaba el gran encuentro de la virtualidad compartida, así que se fueron a una de esas salas inmersivas, en las que te proporcionan todo mientras estás “ahí dentro”, para compartir una misma virtualidad con otras personas.

Conseguí abrir los dormitorios de la planta de arriba y sentí un cosquilleo en la nuca pensando en la oportunidad que se me presentaba.
Ahí estaba: el “ataúd” vacío, esperándome.

Lo abrí y me introduje dentro del traje kinético en su interior. Temí que el soporte para la vista me quedaba grande, pero realmente los trajes kinéticos se adaptan perfectamente al físico de la persona que esté dentro del ataúd, que solo sirve para evitar estímulos externos.

Al final de los guanteletes del traje kinético hay unos botones muy sensibles. Si cierras el puño fuertemente la máquina se conecta y el traje se ajusta a tu tamaño y forma.
Se empezó a hinchar, me taponó los oídos, me presionó los músculos y la tapa se cerró suavemente hasta dejar el ataúd en completa oscuridad.
Mientras tanto, una especie de ruido blanco neutralizaba los sonidos del proceso.
Empecé a sentir palpitar mi corazón en cada una de mis extremidades, hasta que llegó un momento que dejé de tener consciencia de que siguieran ahí.
El traje se adaptó a mi temperatura corporal, y de repente no sabía apreciar ni la posición de ninguno de mis miembros, ni su tamaño o forma.
Me sentía como nadando en gelatina.

Estaba nervioso, pero poco a poco me fui relajando. Justo cuando estaba pensando en que no sabía muy bien si tenía los ojos abiertos o cerrados, el visor se apretó contra ellos.
La sensación fría y metálica encima de mis ojos me puso de nuevo nervioso.
Pasó un tiempo, no sé si fueron minutos u horas. Ahora entiendo porque la gente necesita un androide asistente para estas cosas. Es difícil hacerse a la idea del tiempo que pasa cuando ni siquiera percibes tu propio cuerpo.

Entonces, justo cuando estaba tan relajado como para quedarme dormido, la sesión comenzó.
De repente mis ojos vieron un par de sombras grises, que se correspondían con mis manos, de su tamaño y forma.
Ante mi apareció un menú que sinceramente dejaba mucho que desear.

Quedaban los últimos ajustes, ya que por la capacidad del ataúd de hacerte sentir con diferentes formas, la “palabra clave” para volver al menú es una combinación de movimientos de los ojos, que se te muestra en pantalla varias veces para que aprendas el funcionamiento.

Y una vez que el ataúd sabe que conoces las reglas, entonces te ofrece las posibilidades virtuales.
Lo primero que quería probar, por supuesto, era eso de volar. Así que elegí la opción “experiencias animales”, y seleccioné un cóndor sobre los Andes.

No sabía que el traje kinético era capaz de hacerme sentir que me transformaba físicamente.
Mis brazos se estiraban como alas y que mis largas piernas se transformaran en cortas y huesudas garras.
Notando el aire en mi tripa y la velocidad y altura, me di cuenta de que aquello es lo que tenía que sentir sin duda un cóndor sobrevolando los Andes. Incluso podía llegar a sentir el movimiento de mis pequeñas plumas. El aire olía a espacio. A naturaleza y vida.

Después de un rato de sensación de vértigo, me aburrí. Así que cerré y abrí los ojos con la cadencia convenida y volví al menú.

El siguiente menú que seleccioné fue “viaje en el tiempo”.
Elegí ser un joven durante la segunda guerra mundial. Era la época sobre la que debatíamos ahora en el centro de capacitación, y me parecía muy interesante: había claramente dos bandos que defendían ideas diferentes a base de matarse unos a otros. No les era posible el consenso porque su fuerza residía en algo parecido a lo que nosotros llamamos fe. Además tenían armas increiblemente potentes, armas con las que ahora no podíamos si no soñar.
Una de ellas era la inhumanidad.
El poder por la fuerza era algo que hacía mucho tiempo que no nos era necesario.
Era sin duda una experiencia vital interesante, y me ayudaría a poder influir más a mis compañeros en los debates sobre el tema, lo que seguro me daría muchos puntos de progreso.

Allí aparecí, en mitad de una calle.
El ruido era atronador. Me encontraba en una especie de ciudad ruinosa, fría y gris.
Encima de mi cabeza pasaban avionetas en formación.
Vi a gente correr y sentí un fuerte empujón, un hombre me gritó fuertemente que si estaba loco: locos parecían ellos, pero no tenía otra opción que no fuera seguirlos.
Todos se metieron en una estación de algún medio de transporte antiquísimo. La gente tosía, los más pequeños lloraban, y señoras con sus pañuelos rezaban oraciones.
Tras el ataque aéreo seguí los pasos de los demás y busqué con ansia el aire fresco. Pero no lo encontré.
El paisaje era desesperante: los edificios se caían levantando un enorme estruendo y nubes de polvo que olía a carbón.
La gente lloraba y sacaban cuerpos de debajo de los escombros: cuerpos como el mío, cuerpos destrozados.
Me recompuse pensando que aquello era solo virtualidad, aunque las cotas de realidad eran altísimas.

Sintiéndome un poco cobarde por dentro, decidí salir de esa experiencia y volver a volar sobre los andes.
Así que realicé la combinación de movimiento de ojos.

Pero la ciudad, el humo y los muertos seguían ahí.
El maldito menú no aparecía.
Volví a hacerlo de nuevo. No lo conseguía.

Una mujer amable se acercó a mi y me dijo que necesitaba ayuda para escoltar una carretilla con algo de comida y mantas.
No pude decirla que no, y supe que me sentiría mejor si hacia al menos una buena acción en esa virtualidad antes de abandonarla.
Así que eso hice. Tras un largo camino de 2 horas en el que salimos de la ciudad por un túnel subterráneo volví a  hacer la combinación, pero el maldito ataud no reconocía la señal.
Cansado como nunca, acepté un plato de sopa aguada y me senté en un banco a esperar.
Me quedé dormido.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Han pasado un par de años ya desde que llegué aquí. La guerra sigue. El hambre sigue. Conductas impropias de seres humanos se establecen como un hábito en muchos de nosotros.
Todavía me llaman loco cuando cuento que vine de otro lugar.
Cuando les digo que esa realidad que viven ellos es simulada, que no son reales.
Que toda esa guerra y todo ese dolor está generado por poderosos ordenadores que se nutren de información informatizada.
Que todo el horror, todo el dolor y la rabia que puedan sentir sus simulados corazones es también irreal.
La primera vez que me pegaron por admitir estas ideas, sentí dolor. Sentí dolor de verdad: en mi estómago, en mi labio partido y en mis huesos rotos de la mano.
Desde ese día tengo un par de dedos de la mano izquierda algo torcidos.
Así que aprendí que mientras no pudiera salir, era mejor mantener la boca cerrada.
La única persona que me mira divertida es esa niña pelirroja llamada Berta.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

No sabía el riesgo que corría ayudando a aquellas personas, pero no puedo admitir que yo también me había transformado en un inhumano.
Berta siempre me apoya y junto a ella he aprendido a superar mi bloqueo mental sobre mi origen: sin padres y nacido en una guerra inhumana, mi cerebro inventó una historia de ciencia ficción sobre cómo llegué aquí.
Cuando nació mi primer hijo, aquel rumor incierto fue por fin acallado.
Ahora, con mis cinco hijos no me cabe la menor duda, y he de decir, que incluso en esta época difícil que nos ha tocado vivir, he sido una persona feliz.
Pero ahora me tocaba descansar.
Había sospechado de mi enfermedad desde hacía alguno años, cuando mis fuerzas me abandonaban y me sentía tan cansado que no podía llevar a cabo los trabajos de siempre.
Cuando el doctor Breuer vino a casa y nos contó a Berta y a mi las consecuencias de mi enfermedad, el alivio se apoderó de mi de una forma espontánea. No sabía que sería capaz de digerir que mi vida tocaba a su fin.
El tic nervioso que ejecutaba con los ojos siempre tenía una razón: tenía una enfermedad del sistema nervioso que acabaría conmigo en menos de un mes.
Tumbado en mi cama, con mis hijos alrededor y muchas de las personas a las que había evitado una muerte horrible durante la guerra, me sentí por fin tranquilo.
Quería irme en paz.
Cerré lentamente los ojos.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

- maldito niñato ! qué haces aquí metido? como te has colado?

Noté un par de bofetones suaves

- ¿quién se atreve a molestarme en mis últimos minutos de vida?
- este está loco ! qué coño has hecho?

Reconocí el centro de capacitación y la cara de alguno de los tutores… pero eran recuerdos tan vagos….
De repente me di cuenta: todo había sido virtualidad.

- ¿cuánto tiempo llevo aquí? ¿qué día es hoy?
- Hoy es 2 de febrero, enano, y ahora ya puedes irte a tomar por culo de aquí… Avisaremos a los educadores de esto.
  Te va a caer una buena.

De camino a mi planta, un mareo incómodo se apoderó de mi. No podía transmitir todo aquello a los demás:

Volvía a ser un niño, pero en mi interior, ya había vivido una vida entera.
Era un niño de nuevo, pero algo dentro de mí ya estaba muerto.