lunes, 8 de septiembre de 2014

Sobreviviré

No era la primera vez que nos veíamos.
Nos mirábamos de soslayo en el metro. Nos miramos desde el primer día.
A mi siempre me gustó jugar con los reflejos de los cristales, y recuerdo que el primer cruce de miradas fue indirecto.
Tú, a mi espalda, mirabas fijamente el nombre del libro que yo tenía en la mano antes de salir del metro.
Yo miraba fijamente tu mirada.
Cuando conseguiste leerlo, pude ver una chispa de comprensión en tus ojos, una sonrisa tímida: la aceptación, el reconocimiento.

Me gustó que conocieras del libro, supe en seguida que sabías quién lo había escrito, y pensé que había pasado la prueba, y claro, también la habías pasado tú.

Después tus ojos miraron a mis ojos a través del reflejo de la puerta y mientras duró el trayecto, a oscuras, por el túnel, no nos despegamos.
Fue quizá un momento demasiado íntimo para la primera vez.
Llegamos a la parada. El amarillo chillón de las paredes de la estación de metro sustituyó el negro carbón del túnel y la intensidad desapareció, la nitidez desapareció.
Desapareció la magia.

La confirmación de nuestra de historia de amor silenciosa vino una semana después, cuando coincidimos de nuevo: primer vagón, línea verde, 16:30 de la tarde.
Tú estabas sentado y yo entraba.
Estabas leyendo.
Era un libro del mismo autor.
Un libro que yo no había leído.
Un libro que tu querías que leyese.

Así nos fuimos conociendo en el anonimato durante el año: en verano vi tu mirada sobre mis piernas, en otoño me gustó tu impermeable, en invierno sentimos el calor que desprendíamos a través de nuestros abrigos, sentados uno al lado del otro, los ojos clavados en sendos libros.
En primavera te seguí, la primera vez, hasta donde se supone que vivías.
Temía que al salir por la boca del metro desaparecieras y todo fuera humo.

Pero no desapareciste.
Te metiste por estrechas calles e hiciste un extraño quiebro, como si hubieras olvidado donde ibas.
Y de repente llegaste a una puerta grande, de garaje. Yo lo veía todo desde un par de calles más atrás.
Abriste una pequeña puerta incrustada en las puertas del garaje, que pertenecía a un edificio viejo y solitario, y entraste.
Mi curiosidad creció.

¿qué tipo de persona vive en un garaje?
¿Acaso el mismo tipo de persona que solo compra seis garrafas de agua y cerillas en el supermercado?

Poco a poco empezaste a ser una obsesión.
Te buscaba por las calles y las tiendas cercanas al metro.
Siempre que te veía hacías cosas extrañas. Cosas que no entendía.
La lona de toldo amarillo que cargabas un día, el saco de gravilla que arrastrabas otro, la madrugada en la que te vi con varias láminas de metal metidas en un carrito del mercadona.


Un día nuestras miradas se volvieron a cruzar en el metro, y en tus ojos había alarma, había pocas horas de sueño, había miedo, desesperación.
Comparado con el resto de personas del vagón tu cara estaba fuera de lugar.
Era una cara de superviviente, de solitario héroe de guerra, de alma torturada.
Parecías decir con tu mirada que yo debía saber lo que pasaba.
Quizá fue el momento en que debí hablarte, pero traté, como siempre, de encontrar las respuestas en los libros.

Así, esa tarde me fui al centro a comprar el libro. Ese libro que habías marcado como importante aquella vez en el metro, cuando me lo mostrabas orgulloso.

Y lo compré.
Y entonces comprendí.

Ahora lo siento todo tanto.
Podría haber sido una victima más del holocausto que vino, pero no.
Supe como escapar de eso, gracias a ti.
Y ahora estoy rodeada de tus huesos, en la cueva, en el nido, que con tanto amor construías para nosotros.

Nunca necesitamos hablar demasiado para entendernos, pero cuando nos dimos cuenta que ya no había nadie más, nos sobraron las palabras.
Y cuando llegó el momento de demostrar cual de los dos era el más fuerte, no dudé en enseñarte que habías elegido bien: que habías elegido a la que sabría sobrevivir.

Sé que ahora estarías orgulloso de mi, cuando vieras que pasado todo este tiempo, no me desesperé, no me rendí y seguí adelante.

Como una heroína de nuestro autor favorito, aguantaré hasta que no quede ninguna manera de seguir otro día más.

Esta es la última hoja de papel que me queda.

El tiempo, si es que sigue existiendo, se acaba.

jueves, 26 de junio de 2014

Mi más sincera mentira

El supuesto gran engaño de mi vida resultó para mi la forma más sincera de vivir.
Llegó un momento en que me sentía vacío e indeciso y al final me quedé con todo.

Un resumen sin profundidad: un divorcio, una vida profesional estancada, unas amistades cada vez más distantes, y un extraño boquete existencial, como si alguien hubiera hecho un butrón en la mitad de mi pecho y me hubieran robado el alma.
Mi forma de vivir era una caricatura de lo que había sido antes: no me reconocía en absoluto en fotos o grabaciones de mi pasado. Parecía una bolsita de té perdiendo mi esencia en medio de una corriente de agua.
No se podría decir que yo hubiera sido una persona demasiado introspectiva.
La vida la he pasado viviendo, y nunca me planteé que pudiera estar perdiéndome algo, o más bien nunca me importó.

Lo que mas me sorprendió fue con qué naturalidad y tranquilidad me habitué a ser tan diversas personas, a relacionarme con gente tan diferente. Resultaba que en mi interior portaba una persona que hubiera sido capaz de mantener mi fracasado matrimonio, una persona que era capaz de arrollar a mis compañeros para llegar a ser algo más; albergaba en mi interior una persona creativa, una madre comprensiva, un amante desbocado, una adolescente con sensibilidad, un astuto anciano, un ser sin escrúpulos, un héroe de leyenda y mucho más.
Potencialmente era todo eso. Pero no lo sabía.

Empecé casi por casualidad, simulando que era una mujer joven y atractiva porque quería gastar una broma a mi compañero de trabajo. Resultó que fui convincente desde el minuto cero, y qué fácil me resultó serlo.
En ese momento simplemente era un cabrón graciosillo esperando dar el golpe de gracia a la confianza en si
mismo de mi compañero, poseído por la novedad de las redes sociales.
Mi intención no era hundirlo, si no mostrarle qué falso podría resultar todo eso y reforzarlo.
Creo que también sentía una rabia oculta por mi fracaso con mi mujer y quería extender mi misoginia galopante por el mundo.
Pero así nació Nadia: de Europa del este, vivía en el país desde hacía 7 años, estaba sola por miedo a ser herida, cosa que ya había sucedido tanto emocional como físicamente. Estaba muy buena y quería conocer a un buen hombre.
Aquella noche fue una revelación: después de una conversación tórrida y subida de tono a las dos de la mañana, en la que me reí bastante de lo estúpidamente sinceros que somos a veces, y lo poco directos a la vez, se me quitaron las ganas de seguir con la broma un día más, así que me acosté pensando en lo cachondo que debía estar mi compañero y en que el día siguiente era el momento idóneo para descubrir la verdad y darle una buena palmadota en la espalda, acompañada de alguna trivialidad como "estás mejor como estás, Ramón, hazme caso".
Pero no pude hacerlo.
Delante de la máquina de café, observando el triste y poco atractivo físico de mi compañero mientras echaba las monedas, y mientras subrepticiamente el ruido tranquilizador de la máquina iba inyectando realidad a la escena, pensé en preguntarle porqué tenía esa cara jodida de sueño, pero, al coger el vasito de café, se le resbaló de las rechonchas manos cayendo por sus pantalones, y sin poder evitarlo Nadia se enterneció en mi interior. Ella se apoderó de mi.
Ramón soltó uno de sus "me cagüen la leche puta" de todos los días, y al cruzar por un momento sus ojos con los míos me di cuenta que en ningún caso Ramón necesitaba una lección por mi parte.
Todavía oigo la voz de Nadia, diciendo "parece un buen hombre, no cuentes conmigo para reírte de él".
Actualmente he decidido que Nadia vive en Rumanía, en casa de una tía abuela a la que tiene que cuidar.
No puede salir del país y pide a Ramón que no haga ninguna tontería, pero me consta que viven muy enamorados a distancia, y ahora comprendo mucho mejor cómo es mi anodino compañero de trabajo.
No sé si algún día Ramón se enterará de todo esto, pero si alguna vez lo hace y quiere matarme tendré que darle un beso en los morros para demostrarle que de verdad Nadia está viva y le ama. Sinceramente.

De repente empecé a pensar qué más había dejado de hacer en la vida.
Pensé mucho en mis fracasos.
Y de una manera un poco estrambótica me convertí en la mejor amiga de mi exmujer.
Dolores... La recuerdo en nuestros años buenos, las cosas que le gustaba hacer, las siestas en el salón iluminado por cuchillas de luz entrando por las persianas, su gusto por las revistas de historia, el asco que le daban los tropezones en el puré, como hablaba con nostalgia de sus amigas del colegio, a las que no veía desde que se mudó a la gran ciudad. Como decía echar de menos esa sensación de libertad y de escasas preocupaciones.
Mi exmujer tenía serios problemas en distinguir el mundo real de las películas de Disney, y supongo que por eso había elegido casarse y convertir su jaula de barrotes de oro en un hogar.
No acababa de estar contenta en un mundo lleno de posibilidades, porque no quería escoger ninguna, así que solo hizo una elección: un hombre que eligiera por ella y la mantuviera presa. Ese idiota era yo.
Lo que no entendía era porque yo era el único que se daba cuenta de eso, y porqué me tacharon de egoísta y de malvado cuando decidí hacer el mejor favor que pensaba que podía hacernos a ambos: libertad para ella, liberación para mi.
Pero la culpabilidad tiene ocho patas con ventosas y es difícil quitársela de encima cuando lo peor que te pasa a ti es demasiado tiempo libre para no hacer nada, y a la otra parte una lluvia de pastillas para dormir o para dejar de hacerlo.
Nunca pude admitir que la jodí la vida: primero al casarme con ella cuando sabía que ella tomaba esa decisión por desidia pura, y segundo al dejarla, cuando sabía que ahora era mi desidia la que tenía la voz cantante.
Así que, tras la experiencia de Nadia, y con cierta necesidad de redimir mis pecados, simule ser una de sus amigas, que la había encontrado de casualidad por las redes sociales, y que vivía en la actualidad en el otro lado del charco.
Y así empezaron las confidencias, y así descubrí por primera vez como era realmente Dolores.
Dolores a mi nunca me hizo reír, ni tener la sensación de vértigo ante una gran conexión. No me pareció nunca que tuviera una excesiva profundidad, hasta que llamó a Olivia superficial por hablar de los hombres como si fueran animales.
Sentí lo mismo que si viera la violación de mi propia madre en teledeporte cuando se sinceró conmigo sobre lo que había sido su vida conyugal. Si alguna vez se me mete algo en el ojo y necesito una excusa para limpiar el lacrimal siempre pienso en esa conversación. Pero no me hizo sentir culpable, porque quien escuchaba era una amiga comprensiva que no necesitaba defenderse de lo que parecía un punto de vista tan subjetivo como cierto.
Y curiosamente Dolores despertó en mi la capacidad de emocionarme con cosas que nunca habría conseguido siendo yo.
Pero mientras yo era Olivia, pude apreciar de primera mano la sensibilidad, la inteligencia, el humor de una Dolores de la que no me volví a enamorar, pero que ahora considero una de mis mejores amigas.
Amistad de un solo sentido.
Amistad sin sinceridad. Mejor sinceridad sin transparencia.
Cuando todavía me pide consejo sobre un corte de pelo o un vestido para un evento, me sorprendo a mi mismo interesándome de verdad por la cuestión, y el mejor premio que puedo obtener es un álbum de fotos en facebook en el que me cita diciendo "+Olivia me recomendó el look" y en el que mecánicamente pulso sobre el botón de "Me gusta".

No lo puedo negar, me divertía y me parecía excitante el nuevo mundo de posibilidades que se abría ante mi.
Volví a pensar en mis fracasos, en mis pérdidas. Así encontré al niño lleno de miedos y esperanzas que fui y con eso decidí construir el perfil de ese chaval, alimentándolo de las cosas que antes me habían gustado:
leer tebeos, jugar al fútbol y a los videojuegos, descubrir música, buscar mis ídolos... de esa manera acabé entrando en un grupo de mediometros especializados en cartas de Magic.
Fue una fase muy dura volver a ser un crío de nuevo.
Mi existencia y mis acciones del presente me parecían absurdas, fútiles, inapropiadas.
Cuando me levantaba de la silla del ordenador y escuchaba mi mustio cuerpo crujir y quejarse, no podía evitar pensar que hacía escasos segundos era realmente ese niño vivaracho, gracioso y despreocupado, que un día debí ser.
Descubrí a mirar sin el filtro de la edad adulta la curiosa crueldad de los niños y aprendí más de sinceridad en ese tiempo que en toda mi vida. Tuve mis problemas de adaptación: el resto del grupo no creía que tuviera 12 años, ni que estuviera estudiando en verano las que me habían quedado, que siempre eran inglés e historia. Pero era real, en ese momento yo era yo mismo a los 12 años, y recuerdo que su rechazo, sus chanzas y el bloqueo y la manipulación que llevaba a cabo uno de ellos, me hicieron tener reacciones histéricas como en mucho tiempo no sentía. Sigo jugando con ellos, pero nunca aparezco en sus secretas reuniones de calimocho y hamburguesas, por lo que todos me suponen bajito, gordo y feo. Justo lo que era con 12.

La sorpresa fue de nuevo en el trabajo, cuando ya me sentía un poco alienado siendo tres personas a la vez. No  encontraba mi sitio, pero la mezcla de una mujer cachonda del este de Europa, con una solitaria cuarentona divorciada y un prepúber inseguro, no me hizo bien para encajar la noticia de que estaban buscando un nuevo fichaje para un puesto que me pertenecía por derecho.
En realidad es demasiado decir que lo merecía, porque nunca me esforcé demasiado en el trabajo, con la intención de ser uno más y de no destacar, ni para bien ni para mal.
Utilicé mis herramientas para camuflarme en vez de para destacar, y no fue hasta hace bien poco cuando me di cuenta que erré en la elección del plumaje que vestía.
El trabajo siempre fue un medio para vivir, porque nunca me quise creer que era capaz de sentirme realizado haciendo lo que había aprendido a hacer para ganar dinero.
Pero el orgullo que descansaba como un perro guardián en una granja abandonada, se despertó y empezó a ladrarme por dentro, al oído.
Mi desprecio por mis superiores que no se habían percatado de que tenían a la persona que buscaban
delante de sus narices, junto con las nuevas aptitudes aprendidas en la red, me llevaron a construir el perfil en Linkedin del candidato perfecto. Cual fue mi sorpresa cuando decidieron hacerme una entrevista por teléfono, y me pusieron a prueba con todos los conocimientos que creí no tener y sí tenía.
Me dijeron a la semana que si estaba de acuerdo podría incorporarme cuando quisiera, así que para evitar la catástrofe les solicité un sueldo exagerado. Casi me había librado de esta autoamputación laboral cuando me dijeron que realmente les interesaba mi perfil y que la entrevista por teléfono les había convencido.
Querían ponerme "a prueba" con un caso real. En caso de que solucionara la papeleta se pensarían muy en serio darme lo que pedía. Cinco veces mi sueldo. Suerte que el dinero no ha sido nunca el aire que movía mi veleta. Pero si lo es la curiosidad.
Les conté una milonga sobre mi imposibilidad de viajar durante un tiempo, arguyendo problemas familiares, pero dijeron que no había ningún problema en trabajar a distancia.
Así es como me convertí en mi propio jefe y el en el jefe de mis jefes. Esos seres despreciables e idiotas ahora me parecían menos inútiles, a medida que me iba dando cuenta del trabajo real que hacían. También crecí profesionalmente atreviéndome a tomar decisiones difíciles, a tomar nuevos retos como aventuras en vez de desventuras y la confianza en mi mismo fue in crescendo.
Así estoy cobrando dos nóminas completas: la de un profesional autónomo de éxito y la de un mediocre trabajador sin proyección, pero no hay nada que me haga más feliz que oír a mi jefe decir "Muñoz, espabila, que el nuevo te va a mandar a la cola del paro".

En mi búsqueda de respuestas a este periodo de la vida tan pingüe, empecé a visitar foros de psicología, intentando clasificar mi beneficiosa patología. Empecé comentando en general que tenía tendencia a imaginar y evadirme de mi realidad, pero desgraciadamente nadie me hizo caso.
Tuve que leer mucha de su mierda para encontrar la clave para encajar en aquel mundo. Para que te escuchen necesitas tener una historia impactante: producir curiosidad, pena o miedo de verdad.
Pensé que decir que escuchaba voces en mi cabeza estaría a la altura, pero tampoco.
Personalidad múltiple, bipolaridad, misántropo esquizoide... aprendí mucho vocabulario clínico.
Pero esta gente necesitaba una buena historia, no más etiquetas. No iba a ningún sitio con mi historia feliz de
suplantación de identidades, eso no entristecía a nadie. No mojaba y reblandecía ningún corazón.
Así que rebusqué en mi interior y encontré a otra persona que vivía oculta en mi.
Recién jubilado de 67 años, cansado de la vida solitaria de los viudos con hijos que les odian, había desarrollado un vicio indescriptible por parecer (que no ser) un pederasta potencial.
Le gustaba mirar con lascivia a las niñas que iban juntas al colegio, pero solo si alguna madre les acompañaba y le observaba. Le gustaba sentarse en los parques en un banco bien centrado cerca de los columpios, leía el periódico deportivo hasta que veía alguno de esos padres jóvenes que siempre piensan lo peor de los demás. Entonces ponía su mano en la entrepierna mientras sonreía mirando algún niño subiendo al tobogán.
Jamás tocaría a un niño, pero le encantaba la cara de rechazo, odio, espanto y asco de las madres y de los padres en los parques, de los profesores en las puertas de los colegios, de los policías que le entrevistaban desde fuera del patio de su casa.
Y es que en el fondo soy un provocador. Pero nunca fui tan valiente como para confesar mis mentiras.
Provocar no es tanto la forma como el fondo. Daba igual que fuera al trabajo con sandalias de cuero en verano, da igual que me gustara aparcar dejando un buen trozo de espacio desaprovechado detrás, da igual que desde joven mi tono de voz fuera un par de decibelios por encima de la media, ni que no pudiera evitar llegar 20 minutos tarde a todos los sitios. Por supuesto daba igual que ahora la persona que se adueñara de mi fuera un viejo salido y necesitado de atención.
Era provocación lo que buscada y vaya que si la hallé.
Pronto mi personaje, Braulio, se hizo más y más popular.
Conocí a gente inquietante: mujeres que querían conocerme porque en el fondo eran esas madres puritanas y preocupadas que odiaban que hombres como yo miráramos a sus hijas y no a ellas. Hombres que me enaltecían. Personas que me despreciaban y por eso me necesitaban.
Y también conocí a Conde Lecquio.
Los vicios unen a la gente, y mi vicio fue el anillo de compromiso con la piedra más grande y hermosa que el Conde podía imaginar.
Conde Lecquio decía tener problemas con el sexo, y cuando empezó a mandarme los enlaces de las páginas que solía visitar entendí a lo que se refería con problemas con el sexo.
En mi época te la meneabas con un par de tetas y un buen culo, no hacía falta más. Pero supongo por lo mismo que un hawaiano lo que quiere es ir a la nieve, no vivir rodeado de paraíso en playas desiertas, blancas y cristalinas.
Nunca hubiera imaginado que los apetitos de mucha gente fueran tan extravagantes. Si fueran mis ojos los que miraran esa imágenes y vídeos, no hubiera dicho extravagantes si no vomitivos. Pero era Braulio quien lo miraba, y entendía perfectamente el placer de la provocación y la independencia y altivez de una palabra como "placer".
Esa palabra está más follada que muchos de los animales y electrodomésticos que vi en esos vídeos.
Ver sus múltiples facetas me ayudo a entenderme mucho mejor.
Conde Lecquio me aleccionó sobre algunas cosas que debería saber: con quién podría hablar y con quién no, cómo mantener el anonimato, y los distintos niveles en los que podías rascar en la mayor herramienta de autoestima que ha inventado el hombre: la deep web.
Era como nadar en una piscina de aguas negras rodeado de peligros inminentes de dientes afilados que puedes hasta oler. Cuando sales, tomas una gran bocanada de aire pútrido de tu ciudad y te sabe a gloria.
Así que mi siguiente paso fue el asociarme al Conde en su dominio personal de pornografía y ser un moderador sin escrúpulos y un ferviente crítico de obras que, desde el punto de vista de Braulio, eran puro arte. Arte del que te produce orgasmos.

La página me llevó a tener un problema con Jara, joven y feminista donde las haya, me cautivó con su mensaje directo y repleto de tacos y expresiones de lo más masculinas. Trató de denunciarnos cuando publicamos un vídeo de ella y unas amiguitas aprendiendo a disfrutar sin la necesidad de hombres. El conde Lecquio lo sacó de algún sitio, yo nunca le preguntaba por sus fuentes, y de hecho, le aplaudía e instigaba a hacerlo todavía peor.
Pero Jara también estaba enganchada a la red y en esa misma red la pesqué yo. Me conoció como Diana, diosa de la caza griega, no se me ocurrió otro nombre mejor para mi personalidad de mujer luchadora.
Pronto empecé a escuchar el discurso velado de Jara, en el que se unían millones de voces de mujeres de todos los tiempos que fueron malogradas por los hombres, y sentí el mismo desprecio por ellos.
No podía tomarme un café en el bar de abajo, sin mirar a esas mujeres chinas ocupándose del negocio mientras en el callejón de al lado sus maridos se dejaban el sueldo en fumar cajetilla tras cajetilla y jugar a los dados, y sentí asco. Ya no miraba igual a la madre que cargaba con su hijo de un costado mientras su carrito lleno de leche, sardinas y pan de molde era bajado a trompicones por la escalera del mercado. Incluso empecé a entender a esas ejecutivas cachondas con Mercedes SLK que pitaban antes de que el semáforo se pusiera en verde. Empecé a mirar con otros ojos a esas jóvenes treintañeras que deciden dejar
sus vidas de pareja por la tendencia megalómana de los hombres a entenderlas como un medio para su autorealización.
Miré con verdadera infamia a las mujeres que se quedaban tan solo en la cáscara de ellas mismas, pero la pena y la comprensión se adueñaba de mi, pensando en que la culpa de esa superficialidad se había instaurado en sus genes miles de años atrás por culpa de la adaptación. Y adaptarse era eso o morir.
Esa época fue dura para mi, porque supongo que sentir el síndrome premenstrual siendo un hombre es una experiencia difícil y contradictoria.
Jara me ayudaba a entender con cariño que su lucha no era superflua, que sentía la necesidad de dar un golpe sobre la mesa y mandar a tomar por culo a todo un patriarcado que las trataba como tetas con piernas. Pero también creo que la ayudé a entender que el exceso y el defecto son los dos cabos de una misma cuerda. Ella necesitaba mis reactivos mensajes de mediocridad para hacer su mezcla dialéctica algo menos ácida, para hacer que su textura fuera más tragable y su mensaje más potente.
Ahora Jara me escribe todos los meses un par de veces desde Colonia, donde vive con Katie, mujer de su vida para los siguientes tres meses, mientras luchan juntas y medio desnudas porque su voz y la de otras mujeres se oiga de verdad.

Cuando me di cuenta, se me estaba yendo de las manos: Gloria me preguntaba por un vestido y yo la decía que si quería ser presa de otro hombre insoportable, que no había necesidad de ellos y ella me contestaba "uy Oli, estás muy rara". No mucho mejor me fue con Ramón, cuando me proponía alguna experiencia erótica a distancia y yo le decía "veo tu apuesta y subo a un cepillo de dientes eléctrico en mi entrepierna". Temí realmente por su salud, me lo imaginaba tirado en el salón con un infarto, con los pantalones por los tobillos y rodeado de cartones de papel higiénico por el salón. Jara no entendía porque ahora me había puesto tan plasta con decirla que esa actitud tan beligerante no la ayudaría a sentirse completa y que la completitud empieza con la falta de soledad y de pelo en sus axilas, y por supuesto, mis amigos del colegio escribían un montón de LOL cuando ante cualquier infamia o chanza les contestaba con frases de Ovidio.

Ah si, Ovidio... no puedo pasar sin comentar el grupo de debate "mi lengua está tan viva como el latín" al que me apunté solo por una frase que encontré en uno de mis matutinos buceos por Wikipedia.
La frase rezaba así "El placer más seguro es el menos placentero". No pude evitar vincularlo con mi Braulio interior, pero me di cuenta de que yo sentía placer con todas esas nuevas vidas que vivía, con todas esas personas que era. Y no eran nada seguras.
No sabía cuanto tiempo tardarían en darse cuenta en el trabajo de mi engaño, ni cuando Ramón se decidiría a abandonar el país en busca de Nadia, ni cuando Dolores decidiría dejarlo todo por recuperar a su vieja amiga, ni cuando la persona de mi lado en el ciber de confianza levantaría una placa de policía secreta mientras estaba inmerso en la mierda más puta de la deep web.
Pero he seguido haciéndolo todo este tiempo, y ahora soy decenas de personas más.

Y no puedo evitar ponerme las gafas de sol ante el brillo de esta mentira tan apasionante que estoy inventando para mi y para ti.

Aprendí  desde joven a lamerme las heridas yo solito.
También a darme las palmaditas en la espalda cuando hacía algo bien.
¿merezco yo todos esos aplausos? ¿Y cuánto durarán? ¿y después?
¿Estoy viendo vuestra gratitud brillando en los ojos? ¿o es rabia, envidia o simple conmiseración?

¿merezco yo vuestros latigazos? ¿me arrancaréis la piel hasta ver el hueso? ¿no os importa que ya haya cicatrices de mis propias heridas autoinflingidas?

No, siempre preferí recibir los castigos por mi propia mano, por eso las yemas de mis dedos están tachonadas de clavos.
También preferí regalarme yo solito los oidos.
Por eso mi lengua gusta de relamerse en los lavabos públicos de restaurantes de comida basura, donde los espejos son grandes y están iluminados, en los que puedo ver mi cara de triunfo en contrapicado Tarantinesco.

Realmente soy un poliedro, mis múltiples caras encajan perfectamente en las caras de la gente de la que me he rodeado, que no sé si son como yo o simplemente tienen una o dos caras.

Tengo dependencia a la multipersonalidad.
Soy adicto a ser muchas personas. A ser odiado por unos por lo mismo que soy amado por otros.
A adaptarme a las maneras de pensar, de predecir, de evitar problemas o de perseguir la felicidad de los demás.

Esta es, pues, mi confesión.
Sé que muchos de los que lean esto pensarán en que les he traicionado, que les he mentido o que contado intimidades que no debería sobre sus vidas.
Pero en realidad sus vidas están dentro de mi, son mi vida, son yo mismo.

Todas esas personas soy yo.

lunes, 26 de mayo de 2014

Serialize me

Una ventana de un tren, el sol entra por esa ventana, y las sombras de los postes y de los árboles teselan el suelo del vagón.
El olor cercano de un cuello y el tacto suave y pulido de piel en mis manos.
El sabor de un plato de pescado una tarde calurosa en una playa solitaria.
La primera vez que me puse medias. El primer beso. El día que descubrí que me gustaba el salmón.
Mi primera uña negra.
El relámpago de dolor de mi primer tatuaje mental.
El nombre de mi primer amor, el nombre de mi último amor.
Las caras de niños de mis compañeros de colegio.
Lágrimas de cocodrilo. Frases hechas.
La tensión de mi último examen.

Todos los recuerdos, uno a uno, van pasando a través de un cable por el que se desplazan en serie, electrón a electrón, de mi viejo cerebro al nuevo.

El estúpido orgullo de ganar aquel programa de televisión.
El reloj que me robaron por confiarme demasiado.
El engaño y la tristeza que provoqué en el corazón de quien amaba.
Conversaciones prohibidas. Mi cuerpo desnudo buscando tu mente desnuda.
La rabia de no conseguir lo que siempre me propuse.
El primer día que dormí fuera.
La primera mentira a mis padres.
Aquel día que fumamos colillas de un cenicero del coche.

No son mis ojos, ni mi consciencia quien puede ver todos esos recuerdos, todas esas valoraciones, todas esas palabras que he aprendido. Era otra clase de observador, pero estaba en mi cabeza.
Sentía como ambos veíamos pasar, en desorden, toda una vida que nos pertenecía.
Estaba en tránsito.

El hijo que perdí. Ver formas en las nubes. Escribir poesía.
Romper esos dibujos, libretas llenas de notas que se han quedado atrás.
Una caja roja llena de cartas.
La mirada de mi sobrino sintiendo pena por mi.
La risa de mi padre. El abrazo de mi madre. La mano de mi hermana en mi hombro.
Las fotos. Miles de fotos.
La música en aquel concierto, la estaba escuchando de nuevo.
Conversaciones que me proporcionaban ese raro placer.
El sabor de la rabia en mi boca, la desgracia de ciertos días, el sabor salado de las lágrimas.


El día que me diagnosticaron gerontólosis, la enfermedad del viejo cerebro, del cerebro finito, me sentí muy asustada. Aunque ya es bastante frecuente la serialización, no es para nada fiable.
Existen casos de gente cuya mente queda fragmentada, que se queda en el limbo o que no sobrevive en ningún de los dos sitios. Pero una vez que estás en proceso, no hay forma de parar.

El llanto de mi hermana siendo un bebé. Ver las estrellas en aquel campamento de verano.
El frío del parque donde me reunía con mis amigos. Aquella tormenta verde, aquel viendo poseído.
Aquel vestido de cuadros. El día que me teñí el pelo de azul.
Coger aire a 20 metros bajo el mar y no querer subir.
Otro esguince de grado tres. Cortarme el dedo con un folio.
Una mano entre mis piernas. 
Nombres, nombres y nombres de personas y personas. Nunca imaginé que pudiera recordarlos a todos.

El precio era razonable: según el contrato el pago es en tiempo de procesamiento de información ya en el otro lado, así que la eternidad está al alcance de cualquiera. Es verdad que a los famosos y poderosos se les aplicaba una serie de mejoras en el proceso que hacían que su tránsito al otro lado fuera más tranquilo y sobre todo más seguro.
No me imagino a los mismos técnicos ni las mismas máquinas que atendieron al gran R. Fiche trabajando para mi: una cualquiera, que solo quiere seguir, de la forma que sea.

Mi clave de acceso al banco. La pelea de egos.
Mi sonrisa torcida. Las autofotos. Comer gelatina en verano. La bicicleta sujeta por mi tio.
Emociones, recuerdos, conocimientos, palabras y más palabras, todo mezclado.

Algunas cosas van tan rápido que ni siquiera me doy cuenta, pero es como si dejaran cierto sabor en mi boca y pudiera reconocerlo.

La autoconciencia de saber donde estoy y qué está pasando. Lo último que vi con mis ojos, con estos ojos que dejaré atrás para siempre. La tarta de cumpleaños con forma de fresa. Una buena borrachera. Otra. Las cosas que siempre se quedaron en un nudo en la garganta y no logré decir. El olor metálico de los días de otoño. Caminar por las rocas.
Quitarle los cuernos a las hormigas. Machacar piñones. El sabor de un melocotón mezclado con alguna que otra droga.
Jugar a la play hasta el amanecer. El placer de sentir el cuerpo de otra persona. 
El cosquilleo en mis piernas cuando me quitaba los patines.
Secretos. Secretos que quedaron sepultados en mentiras. Mentiras que quedaron cubiertas de lágrimas.

No tengo conciencia de cuanto tiempo puede haber pasado. El proceso en general, salvo extrañas complicaciones, lleva entre dos y tres días. Pienso que todavía he visto muy poco, noto la presión de todo lo vivido esperando a salir por ese pequeño hilo de grafeno. Como en mi fantasía, voy desintegrándome en un punto y reconstruyéndome en otro. Se desvelan ante mi un montón de verdades, verdades que nunca vi con tanta perspectiva.

La primera vez que engañé a uno de mis novios. La foundé de chocolate con fresas. El viaje a Berlín. 
Una foto bajo el Big Ben. Esa caricia. La marca de nacimiento en mi codo. Todos y cada uno de mis cortes de pelo.
Mi cara cuando era más joven reflejada en un espejo. Tu colonia. Mirar una pecera llena de peces. 
El momento en que me taladraron la mandíbula para ponerme un implante. El sonido del teléfono a las 2 de la mañana el día que murió mi abuela. Reuniones de familia. 
El día que besé a aquella chica. El médico mirándome mientras me dice mi diagnóstico. Los gatos de mi vecino.

El color del bañador de esa niña que flota en el fondo de la piscina. Dolor. Supresión de empatía. Rabia contenida.
Secretos. Secretos prohibidos....

y de repente......

De repente está todo blanco. Me queda un pequeño suspiro de consciencia. Estoy deseando despertar del otro lado. Noto como se va, como me pierdo.
     
                Por favor. Solo quiero despertar en el otro lado.

[...]
Datos del paciente:
mujer, 102 años, diagnosticada con gerentólosis.

Estado de la migración:
El proceso se realiza correctamente hasta que se llegó a una zona bloqueada.
Los bloqueos son corrientes, y en todos los individuos se pueden suprimir o migrar sin problemas, ya que pertenecen a un área de memoria inconsciente, pero la inconsciencia también puede ser traducida, de forma análoga a  la que un servidor puede copiar un archivo ofuscado, sin ver la información que contiene.
En este caso sin embargo, el bloqueo produjo un borrado de todos los datos que venían a continuación. Como los datos no están ordenados, el paciente ha quedado en lo que se llama el limbo.
No se sabe si con ese conjunto de información el paciente podrá "arrancar" en virtual.

Conclusiones y acciones a llevar a cabo:
Se conservará durante unos años la información que se ha conseguido copiar.
Se realizarán pruebas de auto-consciencia cada mes.

lunes, 12 de mayo de 2014

Microrrelato 20.0


Aquel dia lamíó el suelo a lo largo de todos los pasos que dió para no llegar a ningún lugar, solo hizo una parada para apretar los dientes, cuando quería gritar se resquebrajaban y cuanto más quería gritar le llenaron la garganta de piedras para no oirla. La pasearon arrastrándola cabeza abajo golpeando el cráneo contra el suelo en cada descuido, le levantaron las uñas, jugaban a pinchar la yugular y a adivinar la trayectoria del arco sangrante y los payasos hicieron apuestas de hasta cuando podría resistirlo, le pegaron los párpados para que no perdiera detalle hasta ulcerar la córnea y los cortes con punta afilada se pasearon resbalando por todo su cuerpo hasta desgarrar su vagina, la incisión fue lenta y dolorosa y la abrió en canal hasta la tráquea mostrando sus visceras humeantes, latentes y podridas, aprovechando para arañar sus intestinos vertidos en el barro. Estaba lleno de gente vacilante, no hacían nada que no hubieran hecho antes, no veian nada que no hubieran visto antes, y aún asi reian, reian a carcajadas, saltaban , bebian, esnifaban todo tipo de sustancias que le hicieran olvidar lo que podrian haber sido. El suelo se hunde a su izquierda, la gravedad no actúa igual ante todos, le sujetó del pelo para seccionarle el cuero cabelludo, nunca salieron de ahí, solo por un momento, pareció que se miraron a los ojos, aún, durante unos segundos exactos la apnea abandonó el tiempo.

Ella sonreia.

Porque en sus recuerdos, esperaba del futuro conmovedores cambios y nuevas situaciones.

jueves, 8 de mayo de 2014

La eterna puesta de sol

La enorme cristalera del despacho tenía la misma configuración que una ventana de avión, dado que la casa debía estar siempre a la misma presión para que no le afectaran los cambios de altura y temperatura inmanentes al viaje transoceánico que realizaba cada día.
La cristalera, formada por dos cristales separados por un milímetro de fluido básico con micropartículas, cambiaba de color a placer. Las micropartículas eran afectadas por el pH del fluido que se encontraba entre los cristales y pasaban de un color a otro.
Ahora mismo toda la casa tenía los cristales anaranjados, para darle más potencia a una puesta de sol en la que podía apreciarse la perfecta curvatura de la tierra.

Allá arriba se sentía bien. Había conseguido, después de cientos de años de esfuerzo, la casa de sus sueños. Aunque tenía sus pros y sus contras.
Eran pocos los agraciados que podían vivir sobre la atmósfera terrestre y tenían muchas restricciones y responsabilidades, dada la situación delicada del planeta madre.
Teniendo en cuenta el maltrato de los últimos siglos en los que estuvo poblada por humanos, pero también su desuso.
La tierra se había adaptado poco a poco a la presencia humana, y de repente todos desaparecieron, y su equilibrio se desmoronó: durante alrededor de 1200 años, los terraingenieros intentaron paliar los efectos de la estancia y de la ausencia del hombre allí.
Ahora convertida en una suerte de zoológico o jardín botánico, la Tierra disfrutaba de sus primeras vacaciones humanas, como una madre cuando sus hijos de independizan: libre pero sintiéndose vacía por la ausencia de problemas.
Ningún humano podía pisar la tierra ya, pero si podían controlar y disfrutar de ella desde las alturas.

Él descansaba en su casa flotante pensando en su reencarnación, en cómo era posible que después de tanto tiempo muerto hubieran conseguido hacerle sentir como si acabara de levantarse.
Aunque llevaba 342 años "despierto" todavía era una de las cuestiones que más le confundían.
Al principio se sintió impactado con lo que vió, pero no con las cosas que suponía que lo harían:
no ver la tierra desierta, no estar aislado de otros "reencarnados", no verse completamente solo sin la gente que siempre conoció.
Le sorprendió lo poco que había cambiado todo en tanto tiempo.

El futuro, se decía, nunca llegaría.

El sol, más grande que en la época que nació pero menos fogoso, se reflejaba en los techos hechos de espejo multifacetado que alimentaban los sistemas antigravitatorios y energéticos de la casa.

Arriba, en el cielo, podían verse las estaciones geoestacionarias más próximas a la tierra donde se acinaban todos los que querían sobrevivir a toda costa.
Por la noche brillaban como estrellas de diferentes formas.
La natalidad estaba estancada desde hacía siglos, pero la gente no moría, ese era el nuevo orgullo del hombre.
Primero mataron a dios, y ahora a su propia humanidad.

Saboreaba la sensación del día que despertó y le aseguraron que estaba en el año 4201.

No sentía ningún tipo de añoranza, pero estaba inquieto y ansioso por comprobar los cambios acaecidos y disfrutar de las nuevas tecnologías ¿le sería imposible encajarlas en su viejo cerebro? ¿habría cambios singulares?
Durante muchos años vagó por los "nuevos mundos", decepcionado sabiendo que el hombre no había llegado a desarrollar el poder de viajar a otras estrellas, pero si de construir nuevos hábitats, enormes construcciones creadas sin gravedad a través de nanomáquinas.
Cada uno de los mundos albergaba nuevos secretos por descubrir y se dio cuenta que la orientación de la vida humana se había convertido en algo así como el consumo del propio cuerpo, la caida de los nocioceptores y el triunfo del placer estético o intelectual.
El deporte por excelencia era jugar contra el ordenador más potente creado por el hombre (en realidad, creado por otros potentes ordenadores) al juego de GO.
Las investigaciones perseguían el cambio genético definitivo para hacernos adaptables a cualquier lugar o situación.
La búsqueda de riquezas y nuevos recursos se llevaba a cabo a través de naves mineras no tripuladas que traían al multihábitat todo lo que se necesitaba.
Los animales y las plantas habían desaparecido, dejando paso unicamente a micropartículas (que hacían las veces de virus o bacterias) artificiales, programadas por y para el hombre.

Tras unos 300 años de llenarse de información,de vivir relaciones diversas, de adaptarse al nuevo idioma y al nuevo criterio temporal, se dio cuenta de que como en el "pasado", el día a día era igual.
Siempre corriendo para atravesar una meta solo para ver aparecer la siguiente en el horizonte.

Así que pidió el traslado como "guardabosques" de la tierra. No fue fácil y le costó mucho tiempo lograr el nivel de influencia necesario para poder conseguirlo, pero finalmente, y después de unos cuantos cursos muy especializados sobre terramantenimiento, el puesto fue suyo.

Se dedicaba a cazar nubes con concentraciones muy altas de azufre u otro componentes químicos dañinos y destruirlas antes de que depositaran su lluvia venenosa en cualquiera de las selvas o bosques o desiertos de arena o hielo.

Pero de vez en cuando miraba con añoranza aquellas explanadas vacías y yermas que en otro tiempo fueron ciudades, sobre todo en la que vivió.
Las ciudades llenas de vida y ajetreo no tenían nada que ver con los núcleos residenciales de los hábitats, en los que rara vez se interactuaba con las personas físicamente.
Ante esa nueva soledad, prefirió la soledad completa y el aislamiento.

Porque en sus recuerdos esperaba del futuro conmovedores cambios y nuevas situaciones.
Artilugios, ciencias y organizaciones diferentes.
Se emocionaba pensando cuando conversaba con sus amigos sobre lo que les depararía si consiguieran vivir miles de años y ver lo que vendría.

Bien, él ya estaba ahí.

Recorriendo el planeta a un tercio de su velocidad de rotación, siempre iba persiguiendo a la estrella central.

Al final, pensó, todo lo que había pedido del futuro era eso: infinitas puestas de sol.

martes, 6 de mayo de 2014

meiosis de pensamiento

Sí, eran criaturas vivas, y eso nos motivó en gran medida.
Nuestra búsqueda había llegado a buen puerto.
Aquel planetoide, pequeño y alumbrado por un solo sol tenía un color especial, que reflectaban composiciones atómicas de lo más estables.
Y era hermoso.
Y contenía vida.
Vida que no fue creada por nosotros.
Las criaturas habitaban  aquel planeta siguiendo solo las reglas del primer motor: nada más importaba que la supervivencia y el lento paso de la adaptación.
Nada preocupaba el saber para qué o por qué y por tanto ellos no tenían más preocupación que la gran y difícil hazaña de seguir adelante.

Pero llegamos ahí y teníamos que conseguir el objetivo: ellos debían encontrarnos, y no nosotros a ellos.
Esa había sido la misión de esta vieja y desgastada forma de vida.
Encontrarnos significaba que se adentraran en el nuestro mundo.

Así que trazamos la siguiente hoja de ruta: crearíamos seres especiales, por medio de la meiosis del pensamiento.
Crearíamos una mutación que no pudiera ser detectada.
Los seres especiales tendrían la necesidad de encontrar sus haploides, meta que los haría sentir completos.
Otro fin diferente a la simple supervivencia: la búsqueda.
Para buscar era necesario que desarrollaran inteligencia.
Y así nació la mente y el abstracto.
El cambio fue sustancial, pero no lo notaron inmediatamente.

El tiempo pasó y las interpretaciones de las criaturas, que avanzaban en otra rama evolutiva sin saberlo, en la rama del segundo motor, se empezaron a multiplicar.
Muchas de las criaturas especiales se fueron encontrando, creando gametos intelectuales, creando nuevas criaturas simbólicas: las ideas, el pensamiento, las corrientes culturales y artísticas.

Nuestra raza empezaba a rejuvenecer.

Mientras tanto, la convivencia entre seres especiales y seres no especiales tendió hacia una especie de mezcolanza: sin diferencias claras (las diferencias solo eran captadas en el plano de la realidad) no eran capaces de distinguirse entre ellos.
La búsqueda implicaba que una sola criatura especial nunca viviera sosegadamente sola.
Pero nuestra sorpresa fue darnos cuenta de que ellos mismos diagnosticaban un falso positivo, simulando algunos de ellos ser nuestras criaturas mutadas. Pronto la diferencia se hizo indistinguible.
Incluso para nosotros.
Nacieron contracriaturas y como consecuencia todos se perdieron, no encontraban ni rastro del camino a seguir, y avanzaron campo a través.
Las interpretaciones de los procesos biológicos más simples, eran llevadas a lo más complejo y enredado.
La simpleza de lo complejo quedó sepultado en herramientas intelectuales inmanejables.
En el camino, en la búsqueda, erraron en el propósito.

Con las mismas varillas que les ofrecimos para construir las alas que les llevarían hasta nosotros, construyeron una jaula alrededor de cada uno.
El abstracto les encerró, les contuvo: a criaturas especiales y falsos positivos por igual.
Incluso a los que ni siquiera quisieron plantearse pensar en el segundo motor.

La mutación filosófica había arraigado, pero crecía en una forma diferente a la que planteamos.
Habían creado la duda y el sufrimiento injustificado, el miedo, los vértigos intelectuales...

Cada vez nos separábamos más.

Nuestra raza empezó a envejecer, a temer por la supervivencia.

Criaturas imperfectas y melladas no dejaban ver a aquellos mutados que no se encontraban con sus alelos, con los que hubieran creado un cigoto que crecería y les harían llegar hasta nosotros.
El ruido producido por el exceso lo ensució todo. Todo.

Hasta hoy.

No desaparecerá el arte o el pensamiento, pero seguirá creciendo en el sentido que vosotros mismos os impongáis.
Ahora sabemos que no llegaremos a encontrarnos jamás.
Ahora tenemos otro destino, otro lugar donde la semilla que plantemos quizá no dirija a las criaturas poderosas al desastre, a la pared oscura y cerrada del final del laberinto, y sin embargo les lleve a nosotros, que les recibiremos con los brazos abiertos.
Puesto que nosotros somos su salvación y ellos la nuestra.


lunes, 5 de mayo de 2014

niño viejo

el cerebro no recibe estímulos es capaz de crear su propia realidad

Estaba deseando cumplir 12 años para que al fin me dejaran probarlo.

Todo el mundo, todo el rato, está hablando de la virtualidad.

El resto de chicos de mi edad en el centro de capacitación tienen la misma inquietud que yo, pero yo dí un paso más, y me hice con las claves de acceso a los dormitorios de los tutores.

De todas formas hacía un par de días que los tutores no aparecían por aquí. Era 2 de febrero y empezaba el gran encuentro de la virtualidad compartida, así que se fueron a una de esas salas inmersivas, en las que te proporcionan todo mientras estás “ahí dentro”, para compartir una misma virtualidad con otras personas.

Conseguí abrir los dormitorios de la planta de arriba y sentí un cosquilleo en la nuca pensando en la oportunidad que se me presentaba.
Ahí estaba: el “ataúd” vacío, esperándome.

Lo abrí y me introduje dentro del traje kinético en su interior. Temí que el soporte para la vista me quedaba grande, pero realmente los trajes kinéticos se adaptan perfectamente al físico de la persona que esté dentro del ataúd, que solo sirve para evitar estímulos externos.

Al final de los guanteletes del traje kinético hay unos botones muy sensibles. Si cierras el puño fuertemente la máquina se conecta y el traje se ajusta a tu tamaño y forma.
Se empezó a hinchar, me taponó los oídos, me presionó los músculos y la tapa se cerró suavemente hasta dejar el ataúd en completa oscuridad.
Mientras tanto, una especie de ruido blanco neutralizaba los sonidos del proceso.
Empecé a sentir palpitar mi corazón en cada una de mis extremidades, hasta que llegó un momento que dejé de tener consciencia de que siguieran ahí.
El traje se adaptó a mi temperatura corporal, y de repente no sabía apreciar ni la posición de ninguno de mis miembros, ni su tamaño o forma.
Me sentía como nadando en gelatina.

Estaba nervioso, pero poco a poco me fui relajando. Justo cuando estaba pensando en que no sabía muy bien si tenía los ojos abiertos o cerrados, el visor se apretó contra ellos.
La sensación fría y metálica encima de mis ojos me puso de nuevo nervioso.
Pasó un tiempo, no sé si fueron minutos u horas. Ahora entiendo porque la gente necesita un androide asistente para estas cosas. Es difícil hacerse a la idea del tiempo que pasa cuando ni siquiera percibes tu propio cuerpo.

Entonces, justo cuando estaba tan relajado como para quedarme dormido, la sesión comenzó.
De repente mis ojos vieron un par de sombras grises, que se correspondían con mis manos, de su tamaño y forma.
Ante mi apareció un menú que sinceramente dejaba mucho que desear.

Quedaban los últimos ajustes, ya que por la capacidad del ataúd de hacerte sentir con diferentes formas, la “palabra clave” para volver al menú es una combinación de movimientos de los ojos, que se te muestra en pantalla varias veces para que aprendas el funcionamiento.

Y una vez que el ataúd sabe que conoces las reglas, entonces te ofrece las posibilidades virtuales.
Lo primero que quería probar, por supuesto, era eso de volar. Así que elegí la opción “experiencias animales”, y seleccioné un cóndor sobre los Andes.

No sabía que el traje kinético era capaz de hacerme sentir que me transformaba físicamente.
Mis brazos se estiraban como alas y que mis largas piernas se transformaran en cortas y huesudas garras.
Notando el aire en mi tripa y la velocidad y altura, me di cuenta de que aquello es lo que tenía que sentir sin duda un cóndor sobrevolando los Andes. Incluso podía llegar a sentir el movimiento de mis pequeñas plumas. El aire olía a espacio. A naturaleza y vida.

Después de un rato de sensación de vértigo, me aburrí. Así que cerré y abrí los ojos con la cadencia convenida y volví al menú.

El siguiente menú que seleccioné fue “viaje en el tiempo”.
Elegí ser un joven durante la segunda guerra mundial. Era la época sobre la que debatíamos ahora en el centro de capacitación, y me parecía muy interesante: había claramente dos bandos que defendían ideas diferentes a base de matarse unos a otros. No les era posible el consenso porque su fuerza residía en algo parecido a lo que nosotros llamamos fe. Además tenían armas increiblemente potentes, armas con las que ahora no podíamos si no soñar.
Una de ellas era la inhumanidad.
El poder por la fuerza era algo que hacía mucho tiempo que no nos era necesario.
Era sin duda una experiencia vital interesante, y me ayudaría a poder influir más a mis compañeros en los debates sobre el tema, lo que seguro me daría muchos puntos de progreso.

Allí aparecí, en mitad de una calle.
El ruido era atronador. Me encontraba en una especie de ciudad ruinosa, fría y gris.
Encima de mi cabeza pasaban avionetas en formación.
Vi a gente correr y sentí un fuerte empujón, un hombre me gritó fuertemente que si estaba loco: locos parecían ellos, pero no tenía otra opción que no fuera seguirlos.
Todos se metieron en una estación de algún medio de transporte antiquísimo. La gente tosía, los más pequeños lloraban, y señoras con sus pañuelos rezaban oraciones.
Tras el ataque aéreo seguí los pasos de los demás y busqué con ansia el aire fresco. Pero no lo encontré.
El paisaje era desesperante: los edificios se caían levantando un enorme estruendo y nubes de polvo que olía a carbón.
La gente lloraba y sacaban cuerpos de debajo de los escombros: cuerpos como el mío, cuerpos destrozados.
Me recompuse pensando que aquello era solo virtualidad, aunque las cotas de realidad eran altísimas.

Sintiéndome un poco cobarde por dentro, decidí salir de esa experiencia y volver a volar sobre los andes.
Así que realicé la combinación de movimiento de ojos.

Pero la ciudad, el humo y los muertos seguían ahí.
El maldito menú no aparecía.
Volví a hacerlo de nuevo. No lo conseguía.

Una mujer amable se acercó a mi y me dijo que necesitaba ayuda para escoltar una carretilla con algo de comida y mantas.
No pude decirla que no, y supe que me sentiría mejor si hacia al menos una buena acción en esa virtualidad antes de abandonarla.
Así que eso hice. Tras un largo camino de 2 horas en el que salimos de la ciudad por un túnel subterráneo volví a  hacer la combinación, pero el maldito ataud no reconocía la señal.
Cansado como nunca, acepté un plato de sopa aguada y me senté en un banco a esperar.
Me quedé dormido.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Han pasado un par de años ya desde que llegué aquí. La guerra sigue. El hambre sigue. Conductas impropias de seres humanos se establecen como un hábito en muchos de nosotros.
Todavía me llaman loco cuando cuento que vine de otro lugar.
Cuando les digo que esa realidad que viven ellos es simulada, que no son reales.
Que toda esa guerra y todo ese dolor está generado por poderosos ordenadores que se nutren de información informatizada.
Que todo el horror, todo el dolor y la rabia que puedan sentir sus simulados corazones es también irreal.
La primera vez que me pegaron por admitir estas ideas, sentí dolor. Sentí dolor de verdad: en mi estómago, en mi labio partido y en mis huesos rotos de la mano.
Desde ese día tengo un par de dedos de la mano izquierda algo torcidos.
Así que aprendí que mientras no pudiera salir, era mejor mantener la boca cerrada.
La única persona que me mira divertida es esa niña pelirroja llamada Berta.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

No sabía el riesgo que corría ayudando a aquellas personas, pero no puedo admitir que yo también me había transformado en un inhumano.
Berta siempre me apoya y junto a ella he aprendido a superar mi bloqueo mental sobre mi origen: sin padres y nacido en una guerra inhumana, mi cerebro inventó una historia de ciencia ficción sobre cómo llegué aquí.
Cuando nació mi primer hijo, aquel rumor incierto fue por fin acallado.
Ahora, con mis cinco hijos no me cabe la menor duda, y he de decir, que incluso en esta época difícil que nos ha tocado vivir, he sido una persona feliz.
Pero ahora me tocaba descansar.
Había sospechado de mi enfermedad desde hacía alguno años, cuando mis fuerzas me abandonaban y me sentía tan cansado que no podía llevar a cabo los trabajos de siempre.
Cuando el doctor Breuer vino a casa y nos contó a Berta y a mi las consecuencias de mi enfermedad, el alivio se apoderó de mi de una forma espontánea. No sabía que sería capaz de digerir que mi vida tocaba a su fin.
El tic nervioso que ejecutaba con los ojos siempre tenía una razón: tenía una enfermedad del sistema nervioso que acabaría conmigo en menos de un mes.
Tumbado en mi cama, con mis hijos alrededor y muchas de las personas a las que había evitado una muerte horrible durante la guerra, me sentí por fin tranquilo.
Quería irme en paz.
Cerré lentamente los ojos.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

- maldito niñato ! qué haces aquí metido? como te has colado?

Noté un par de bofetones suaves

- ¿quién se atreve a molestarme en mis últimos minutos de vida?
- este está loco ! qué coño has hecho?

Reconocí el centro de capacitación y la cara de alguno de los tutores… pero eran recuerdos tan vagos….
De repente me di cuenta: todo había sido virtualidad.

- ¿cuánto tiempo llevo aquí? ¿qué día es hoy?
- Hoy es 2 de febrero, enano, y ahora ya puedes irte a tomar por culo de aquí… Avisaremos a los educadores de esto.
  Te va a caer una buena.

De camino a mi planta, un mareo incómodo se apoderó de mi. No podía transmitir todo aquello a los demás:

Volvía a ser un niño, pero en mi interior, ya había vivido una vida entera.
Era un niño de nuevo, pero algo dentro de mí ya estaba muerto.

viernes, 25 de abril de 2014

18.0


El lavabo se llena de agua , llevo un semana diciendo que debería desatascar esta tubería, llevo bastante más pensando que me tengo que ir de aquí.

No tenia absolutamente nada que aportar a la segunda era transhumanista , tampoco a la primera, estaba cansado de ver a la gente amputarse en nombre del arte y pintando las paredes de colores para erradicar el pesimismo irrirsorio que llenaba los orificios nasales de polvos disolutos.
Realmente eran putos androides cocainómanos preclasificados, pero siempre preferí el mundo de la retórica.

A ella le gustaba a pesar de todo.

La fijación y la ansiedad que despertaba el futuro era tan grande para los transhumanos que la realidad misma estaba obsoleta. La transmisión de información, eso era. Esa era la gran finalidad.
Necesitas transmitir la información para que algo permaneza. Para que se expanda, para que perdure, transgreda y exista. Era la única forma de garantizar un futuro más allá de uno mismo. El Futuro.
Después de todo, de haber sido capaces de sobrevivir y progresar durante todo este periodo, aún nos necesitaban para prorrogar la especie humana, no sé por cuanto mas tiempo.

Ella brillaba por sus capacidades, formaba parte del proyecto de control intuitivo, pero a menudo parecía ausente. Miraba otra vez por la ventana. Sabía que llegaba su momento, pronto vendrian a buscarla.
Nos conocimos por casualidad y ahora no sabría como seguir sin esto.
Me encendí un cigarro, la luz de la llama me iluminó por unos segundos el rostro, la miraba fijamente, su figura esculpía el aire a su alrededor, estaba todo en silencio, el humo se dispersaba y ascendia desdibujando su silueta... aún estaba aquí.
Se giró cabizbaja y solo alzó la mirada para despedirse. No pude mover ni un músculo de mi cuerpo para suplicarle que no lo hiciera, me quedé como un idiota pegado al colchón como si no fuera responsable del movimiento que no tuviera que ver con las manecillas del reloj.

No pude hacer nada.

Siempre me sentí un medio para un fin, pero hacía tiempo que no tenia sentido. No sé en que momento concreto cambío, pero me temo que es definitivo.


Último tren de la noche, de vuelta a casa, otra vez, misma sensación, misma angustia, bajo las escaleras, la gente mira al suelo, hay un zumbido en mi cabeza, envidio francamente a los religiosos, deportistas, gilipollas y posthumanistas, sobretodo a los ciborgs desalmados.
Otro fallo del sistema límbico, acabo de recordar tu olor, una vez más queda patente la imperfección humana.

Vuelvo a casa, es de noche, no hay nada para cenar.

el capricho de la recombinación de citosina habia escrito mi destino mucho antes de llegar a tener ni siquiera consciencia.

A estas horas ya debe haberlo conseguido.
Nunca supe que función exacta tuve en su vida.

Me enciendo otro cigarro.
Supongo que siempre he sido demasiado egoista.
No fui capaz de hacerlo por ti.


¿Habrán sentido algo cuando se la estaban follando?


Ya daba igual, ahora tenía que hacerlo por mi.
No podía seguir formando parte de esto, Nunca más sería un vehiculo.
Apagué la luz.

lunes, 14 de abril de 2014

Música funcional

Producir ideas, no tenerlas.
Conocer el futuro, no predecirlo.


Hace unos años la línea tecnócrata familiar Halfaussen publicó el resultado de unos experimentos, en los que se demostraba que el cerebro era capaz de funcionar en diferentes modos. Si éstos se orientaban a diferentes tareas, podrían aumentar la productividad cerebral
hasta el nivel Einstein (productividad cerebral de más de un 87%).
Los Halfaussen consiguieron abundantes subvenciones de todos los países dotados de minas de Helio. De los países pobres recibieron parte de la materia prima necesaria para la aplicación práctica de sus experimentos: reclutaban a aquellas personas que destacaban en diferentes disciplinas como sujetos de estudio, y los moldeaban haciendo que pasaran de un estado a otro (estado de concentración, estado de creatividad, estado de perspectiva, estado de inferencia, estado de crítica, etc) a través de ondas de entre 20Hz y 20kHz.
El espectro audible.
Es lo que llamaron música funcional.


Tras los buenos resultados de los experimentos, se creó el Instituto Carl Sagan para los ámbitos de investigación.
Las primeras pruebas contra problemas no computacionales dieron resultados tan positivos, que a partir de ese momento, temas como la meteorología, la economía global o el comportamiento de fluidos se englobaron en un nuevo apartado de la Teoría de la Complejidad, como problemas NC-intuitivos (no computables intuitivos).
Sólo podían procesarse con un tipo de computador: creado por personas con un cerebro privilegiado que además era potenciado al máximo de sus posibilidades, cada uno con un propósito, organizados. Una cadena de producción.


En la sala de Control Intuitivo de Eventos de Baja Predictibilidad, o sala Cisne Negro, el hilo musical, por llamarlo de alguna manera, se encarga de establecer la actividad mental en lo que llamamos flujo intuitivo.
Las "intuiciones" son la materia prima de una nueva industria de aplicaciones que no tienen fin.
El primer eslabón de una cadena de producción en la que yo me encuentro.


Mi sala es Ruido Blanco. Sala de Aplicaciones Biyectivas sobre Intuiciones Brutas.
En ella tratamos de clasificar el producto de los cisnes negros para diferentes aplicaciones.
En mi sala también hay otro hilo musical. El objetivo de nuestra sala es imaginar posibles aplicaciones, a través de las intuiciones proporcionadas.
La música consigue transportarnos a cotas imaginativas, creadoras, muy altas.
Tanto es así que tenemos diferentes alarmas para poder saber cuando debemos dejar de trabajar. Las alarmas, conectadas a un sistema de control cerebral, nunca se disparan durante un flujo mental productivo, a menos que la salud o la vida del analista esté en peligro.


No conozco el proceso completo de producción, ni la cantidad total de salas del enorme edificio,
ni creo que nadie lo haga.
La estructura de la organización es plástica y se modifica casi en tiempo real, según los miembros de la Sala de los Puentes de Königsberg vean necesarios nuevos enlaces y reestructuraciones en la jerarquía, que ya de por sí, es algo caótica.
Por descontado que en la sala de los Puentes de Königsberg hay otra música sonando de continuo para mantenerles en un estado mental de coordinación y perspectiva, en lo que lo que prima es la estructura, el esqueleto de una organización orgánica.


Todo comenzó un día completamente normal.
Oí que la productividad de los cisnes estaba bajando en picado, y suponían que la música tenía bastante que ver. Uno de los Halfaussen vino al Instituto a conocer de primera mano los resultados y el estado de los sujetos. Tras semanas de análisis cerebrales llegó a la conclusión de que había un problema en la música que podría reproducirse en otras salas. Se montó un pequeño revuelo y al final, desde la sala de los Puentes, decidieron dar una pequeña charla informativa junto con el doctor, para tranquilizarnos.


Tras una presentación corporativa anodina, el anuncio de futuras modificaciones y una ronda de preguntas preparadas, muchos volvieron a sus puestos de trabajo, y otros tantos nos quedamos debatiendo e intentado entender el funcionamiento y el objetivo del instituto.
No había muchas ocasiones en las que nos reuniéramos miembros de distintas salas, y fue un momento revelador.
Por primera vez oía hablar de la sala de Chebyshov, encargados de realizar un filtro final de las aplicaciones que reportarían un futuro mejor para todos.
Encargados de hacer coincidir una mejora tecnológica o conceptual con un propósito social. Eran los que finalmente daban el sí o el no de las aplicaciones, ideas, conceptos o leyes que se iban generando en el resto de la cadena.


Dentro de mi cabeza empezaron a reunirse dudas, como las nubes de una gran tormenta: poco a poco, oscurenciéndolo todo.


¿Cuáles serían los efectos secundarios, colaterales, de las ondas?
¿qué más se podía hacer con un cerebro a través de la música funcional?
¿estaban cambiando estos procesos nuestras formas de pensar o de ver el mundo?


Me resultaba irreal el hecho de que una composición musical fuera la causa de mejorar el mundo o no hacerlo, y sobre todo saber con qué criterios las grandes ideas eran descartadas por la sala Chebyshov.


¿es que podían predecir situaciones futuribles?
¿cómo se clasificaban las ideas entre “buenas” y “malas” sin una base moral o ética totalmente definida?
¿podrían los compositores controlar a sujetos contra su voluntad?
¿incluso con objetivos malévolos?


De sobra sabía que los cerebros de los Halfaussen estaban vetados para crear un mal común social, ese tipo de pensamiento se anulaba y borraba tan pronto como las dentritas conectaban con el módulo inhibidor.
Fue una penitencia autoimpuesta por los tecnócratas, en previsión de que una gran inteligencia les hiciera despreciar al resto de estratos.
Por lo tanto no eran capaces de crear ninguna sinfonía funcional que no fuera beneficiosa para todos. No eran capaces siquiera de imaginarla.


Yo tenía ciega fe en que el ser inteligente no sería capaz de despreciar nunca a sus semejantes.
Pero nosotros no éramos tecnócratas, solo estábamos controlados por ellos.
¿y si durante el proceso, por la combinación de todas nuestras mentes, alguna idea catastrófica era generada y el filtro de la sala Chebyshov no lo detectaba? ¿Y si pasaba al contrario, y una buena idea que en principio parecía no beneficiosa para la sociedad luego sí lo era?


No tenía elección.
Condicionado por la idea de un bien común que no entendía, que no sabía si compartía.
Altruismo y egoísmo, bondad y maldad.
Me parecían términos muy diluidos, sin fronteras claras.
Así que me dispuse a poner a prueba el sistema.


Suponiendo que la música de los Halfaussen estaría compuesta para no permitir que nuestros cerebros idearan ninguna idea maliciosa, me hice con un par de tapones para los oídos y recé para que el hábito conseguido con el trabajo diario hiciera posible que no detectaran cambios en mi productividad. De esa manera podría seguir con mi misión personal: idear aplicaciones sin más, dejar que el bien y el mal libraran la batalla con las ideas más sofisticadas, para saber a dónde nos conducía realmente esta gran inteligencia colectiva.


Dicho así resulta sencillo, pero tuve que hacer uso de mi parte imaginativa más oscura para conseguirlo. Y lo cierto es que, pensando de manera “amoral”, mi productividad subió como la espuma. Sin filtros de ningún tipo podía imaginar miles de opciones en las que solo algunos eran beneficiarios. En ocasiones “algunos” solo era yo.
También advertí otra cosa, no me hacía ninguna falta la música funcional. ¿Mi cerebro se habría transformado?


Pasaron los días y saltó la primera alarma, cuando entraron en la sala dos responsables de la sala de los puentes. Pensé que habían descubierto mis intenciones y que era mi fin. Después de todo yo solo era una herramienta en su fábrica de ideas, y suponía que no les costaría nada reemplazarme.


¡Pero lo cierto es que vinieron para felicitarme!


No fue hasta pasados unos días, cuando desde la sala de Chebyshov se advirtieron unos niveles muy altos de trabajo: la cadena empezaba a descompensarse. Con tanto volumen de trabajo estaba seguro que sería mucho más fácil hacer que sus filtros fueran ineficaces y que mis aplicaciones, buenas o no, llegaran al final del proceso y más allá.


Nunca imaginé las consecuencias que tendría mi propia curiosidad.


Lo primero fue que la cadena se desmoronó: mi pensamiento, repartido como paquetes de ideas, infectó una a una las salas y de repente todo el mundo se hizo las mismas preguntas.
Si una aplicación llegaba al siguiente punto de la cadena y parecía inteligente, el resto de salas no pensaban en términos de maldad o bondad.
Por eso la última sala, la sala de filtro, estaba desbordada. Y cuando tuvieron que hacer uso de sus propios principios para evaluar el producto, se vieron en serios problemas.
La rebelión interior de cada uno, nuestro sentimiento crítico propio, y todas aquellas ideas y leyes estaban en nuestras manos. Habíamos pasado de ser robots de una cadena de producción, controlados por otros, a ser los propietarios de la fábrica.


Todo hubiera salido bien, lo sé, si hubiera entendido el porqué del filtro tecnócrata: es imposible ponerse de acuerdo en lo esencial de la vida. ¿qué es el arte? ¿qué no lo es? ¿qué es amor? ¿y una idea? ¿qué es? ¿cuánto pesa? ¿qué es el futuro? ¿qué el hombre? ¿y la vida?
Todos tenían sus propias conclusiones, pero ahora contaban con un arma enorme: sus cerebros modificados por años y años de trabajo especializado.
Sin embargo todos habíamos pasado a depender del resto de elementos de la cadena: habíamos dejado de ser individuos, nos habían convertido en una inteligencia colectiva.


Pasaron los días mientras en nuestras manos observábamos con terror y sopresa todo nuestro poder, pero no había manera de idear un plan de acción. Unos pensaban que lo mejor que podíamos hacer era seguir con cierto filtro moral produciendo un nuevo mundo, pero sin ser controlados por los tecnócratas ni por las corporaciones.
Otros, descastados, dolidos en su orgullo, pensaban que era el momento de dar un golpe encima de la mesa y poner al resto de personas a nuestro servicio, en vez de al contrario.
La inteligencia y la bondad no estaban relacionadas.


Tres fuertes estallidos, luces de alarma, humo intenso, fuego, sangre y gente corriendo como si fueran pequeñas hormigas desprovistas de un cerebro…
Mis pulmones atrapando el humo.
De repente supe que el tiempo es finito, y conocí la magnitud de esa finitud.


Los tecnócratas lo habían resuelto de la manera más eficiente.


El bien común había vuelto a ganar.