La enorme cristalera del despacho tenía la misma configuración que una ventana de avión, dado que la casa debía estar siempre a la misma presión para que no le afectaran los cambios de altura y temperatura inmanentes al viaje transoceánico que realizaba cada día.
La cristalera, formada por dos cristales separados por un milímetro de fluido básico con micropartículas, cambiaba de color a placer. Las micropartículas eran afectadas por el pH del fluido que se encontraba entre los cristales y pasaban de un color a otro.
Ahora mismo toda la casa tenía los cristales anaranjados, para darle más potencia a una puesta de sol en la que podía apreciarse la perfecta curvatura de la tierra.
Allá arriba se sentía bien. Había conseguido, después de cientos de años de esfuerzo, la casa de sus sueños. Aunque tenía sus pros y sus contras.
Eran pocos los agraciados que podían vivir sobre la atmósfera terrestre y tenían muchas restricciones y responsabilidades, dada la situación delicada del planeta madre.
Teniendo en cuenta el maltrato de los últimos siglos en los que estuvo poblada por humanos, pero también su desuso.
La tierra se había adaptado poco a poco a la presencia humana, y de repente todos desaparecieron, y su equilibrio se desmoronó: durante alrededor de 1200 años, los terraingenieros intentaron paliar los efectos de la estancia y de la ausencia del hombre allí.
Ahora convertida en una suerte de zoológico o jardín botánico, la Tierra disfrutaba de sus primeras vacaciones humanas, como una madre cuando sus hijos de independizan: libre pero sintiéndose vacía por la ausencia de problemas.
Ningún humano podía pisar la tierra ya, pero si podían controlar y disfrutar de ella desde las alturas.
Él descansaba en su casa flotante pensando en su reencarnación, en cómo era posible que después de tanto tiempo muerto hubieran conseguido hacerle sentir como si acabara de levantarse.
Aunque llevaba 342 años "despierto" todavía era una de las cuestiones que más le confundían.
Al principio se sintió impactado con lo que vió, pero no con las cosas que suponía que lo harían:
no ver la tierra desierta, no estar aislado de otros "reencarnados", no verse completamente solo sin la gente que siempre conoció.
Le sorprendió lo poco que había cambiado todo en tanto tiempo.
El futuro, se decía, nunca llegaría.
El sol, más grande que en la época que nació pero menos fogoso, se reflejaba en los techos hechos de espejo multifacetado que alimentaban los sistemas antigravitatorios y energéticos de la casa.
Arriba, en el cielo, podían verse las estaciones geoestacionarias más próximas a la tierra donde se acinaban todos los que querían sobrevivir a toda costa.
Por la noche brillaban como estrellas de diferentes formas.
La natalidad estaba estancada desde hacía siglos, pero la gente no moría, ese era el nuevo orgullo del hombre.
Primero mataron a dios, y ahora a su propia humanidad.
Saboreaba la sensación del día que despertó y le aseguraron que estaba en el año 4201.
No sentía ningún tipo de añoranza, pero estaba inquieto y ansioso por comprobar los cambios acaecidos y disfrutar de las nuevas tecnologías ¿le sería imposible encajarlas en su viejo cerebro? ¿habría cambios singulares?
Durante muchos años vagó por los "nuevos mundos", decepcionado sabiendo que el hombre no había llegado a desarrollar el poder de viajar a otras estrellas, pero si de construir nuevos hábitats, enormes construcciones creadas sin gravedad a través de nanomáquinas.
Cada uno de los mundos albergaba nuevos secretos por descubrir y se dio cuenta que la orientación de la vida humana se había convertido en algo así como el consumo del propio cuerpo, la caida de los nocioceptores y el triunfo del placer estético o intelectual.
El deporte por excelencia era jugar contra el ordenador más potente creado por el hombre (en realidad, creado por otros potentes ordenadores) al juego de GO.
Las investigaciones perseguían el cambio genético definitivo para hacernos adaptables a cualquier lugar o situación.
La búsqueda de riquezas y nuevos recursos se llevaba a cabo a través de naves mineras no tripuladas que traían al multihábitat todo lo que se necesitaba.
Los animales y las plantas habían desaparecido, dejando paso unicamente a micropartículas (que hacían las veces de virus o bacterias) artificiales, programadas por y para el hombre.
Tras unos 300 años de llenarse de información,de vivir relaciones diversas, de adaptarse al nuevo idioma y al nuevo criterio temporal, se dio cuenta de que como en el "pasado", el día a día era igual.
Siempre corriendo para atravesar una meta solo para ver aparecer la siguiente en el horizonte.
Así que pidió el traslado como "guardabosques" de la tierra. No fue fácil y le costó mucho tiempo lograr el nivel de influencia necesario para poder conseguirlo, pero finalmente, y después de unos cuantos cursos muy especializados sobre terramantenimiento, el puesto fue suyo.
Se dedicaba a cazar nubes con concentraciones muy altas de azufre u otro componentes químicos dañinos y destruirlas antes de que depositaran su lluvia venenosa en cualquiera de las selvas o bosques o desiertos de arena o hielo.
Pero de vez en cuando miraba con añoranza aquellas explanadas vacías y yermas que en otro tiempo fueron ciudades, sobre todo en la que vivió.
Las ciudades llenas de vida y ajetreo no tenían nada que ver con los núcleos residenciales de los hábitats, en los que rara vez se interactuaba con las personas físicamente.
Ante esa nueva soledad, prefirió la soledad completa y el aislamiento.
Porque en sus recuerdos esperaba del futuro conmovedores cambios y nuevas situaciones.
Artilugios, ciencias y organizaciones diferentes.
Se emocionaba pensando cuando conversaba con sus amigos sobre lo que les depararía si consiguieran vivir miles de años y ver lo que vendría.
Bien, él ya estaba ahí.
Recorriendo el planeta a un tercio de su velocidad de rotación, siempre iba persiguiendo a la estrella central.
Al final, pensó, todo lo que había pedido del futuro era eso: infinitas puestas de sol.
Qué bonito!
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