Sí, eran criaturas vivas, y eso nos motivó en gran medida.
Nuestra búsqueda había llegado a buen puerto.
Aquel planetoide, pequeño y alumbrado por un solo sol tenía un color especial, que reflectaban composiciones atómicas de lo más estables.
Y era hermoso.
Y contenía vida.
Vida que no fue creada por nosotros.
Las criaturas habitaban aquel planeta siguiendo solo las reglas del primer motor: nada más importaba que la supervivencia y el lento paso de la adaptación.
Nada preocupaba el saber para qué o por qué y por tanto ellos no tenían más preocupación que la gran y difícil hazaña de seguir adelante.
Pero llegamos ahí y teníamos que conseguir el objetivo: ellos debían encontrarnos, y no nosotros a ellos.
Esa había sido la misión de esta vieja y desgastada forma de vida.
Encontrarnos significaba que se adentraran en el nuestro mundo.
Así que trazamos la siguiente hoja de ruta: crearíamos seres especiales, por medio de la meiosis del pensamiento.
Crearíamos una mutación que no pudiera ser detectada.
Los seres especiales tendrían la necesidad de encontrar sus haploides, meta que los haría sentir completos.
Otro fin diferente a la simple supervivencia: la búsqueda.
Para buscar era necesario que desarrollaran inteligencia.
Y así nació la mente y el abstracto.
El cambio fue sustancial, pero no lo notaron inmediatamente.
El tiempo pasó y las interpretaciones de las criaturas, que avanzaban en otra rama evolutiva sin saberlo, en la rama del segundo motor, se empezaron a multiplicar.
Muchas de las criaturas especiales se fueron encontrando, creando gametos intelectuales, creando nuevas criaturas simbólicas: las ideas, el pensamiento, las corrientes culturales y artísticas.
Nuestra raza empezaba a rejuvenecer.
Mientras tanto, la convivencia entre seres especiales y seres no especiales tendió hacia una especie de mezcolanza: sin diferencias claras (las diferencias solo eran captadas en el plano de la realidad) no eran capaces de distinguirse entre ellos.
La búsqueda implicaba que una sola criatura especial nunca viviera sosegadamente sola.
Pero nuestra sorpresa fue darnos cuenta de que ellos mismos diagnosticaban un falso positivo, simulando algunos de ellos ser nuestras criaturas mutadas. Pronto la diferencia se hizo indistinguible.
Incluso para nosotros.
Nacieron contracriaturas y como consecuencia todos se perdieron, no encontraban ni rastro del camino a seguir, y avanzaron campo a través.
Las interpretaciones de los procesos biológicos más simples, eran llevadas a lo más complejo y enredado.
La simpleza de lo complejo quedó sepultado en herramientas intelectuales inmanejables.
En el camino, en la búsqueda, erraron en el propósito.
Con las mismas varillas que les ofrecimos para construir las alas que les llevarían hasta nosotros, construyeron una jaula alrededor de cada uno.
El abstracto les encerró, les contuvo: a criaturas especiales y falsos positivos por igual.
Incluso a los que ni siquiera quisieron plantearse pensar en el segundo motor.
La mutación filosófica había arraigado, pero crecía en una forma diferente a la que planteamos.
Habían creado la duda y el sufrimiento injustificado, el miedo, los vértigos intelectuales...
Cada vez nos separábamos más.
Nuestra raza empezó a envejecer, a temer por la supervivencia.
Criaturas imperfectas y melladas no dejaban ver a aquellos mutados que no se encontraban con sus alelos, con los que hubieran creado un cigoto que crecería y les harían llegar hasta nosotros.
El ruido producido por el exceso lo ensució todo. Todo.
Hasta hoy.
No desaparecerá el arte o el pensamiento, pero seguirá creciendo en el sentido que vosotros mismos os impongáis.
Ahora sabemos que no llegaremos a encontrarnos jamás.
Ahora tenemos otro destino, otro lugar donde la semilla que plantemos quizá no dirija a las criaturas poderosas al desastre, a la pared oscura y cerrada del final del laberinto, y sin embargo les lleve a nosotros, que les recibiremos con los brazos abiertos.
Puesto que nosotros somos su salvación y ellos la nuestra.
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